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¿Qué es un hogar? La casa del viajero

Vale. Acepto el reto… No sabes de qué hablo, ¿verdad? No pasa nada. Te lo explico ahora mismo: hace un par de semanas Kasia escribió un post titulado ¿qué es para ti un casa? No te aconsejo que te pongas a buscar en la versión polaca de este blog ni mucho menos que intentes descifrar/traducir que escribió porque yo te lo voy a resumir un poco.

Por lo visto hace unas semanas Kasia leyó en otro blog de viajes (por supuesto que leemos a la competencia aunque no los veamos como competencia sino como fuente de inspiración) un artículo sobre qué o cuándo un viajero se siente en casa. La autora cuenta que fue cuando compró un azucarero. Pasó años mudándose de una casa a otra y cada vez que tenía visita y le pedían azúcar para el té, sacaba la bolsa de papel de un kilo. La misma bolsa en la que está envasada cuando la compras.

Justo en ese tiempo acabábamos de alquilar el apartamento que será nuestro hogar hasta septiembre y Kasia cuenta cuando empezó a sentirse como en casa. Para ella fue el salero. Poder llenar los armarios de la cocina, la nevera, tener diferentes especias. En las últimas líneas pregunta qué es para ti un hogar y qué lo define como hogar. Ese es el reto del que te hablo al comienzo de estas líneas.

No sólo un salero…

¿Qué ha sido nuestra casa?

Cuando empezamos esta odisea moderna montados en nuestras bicicletas con las alforjas repletas llevábamos con nosotros nuestra tienda de campaña, aislantes, sacos de dormir, cojines. Durante meses nos protegió del frío y las lluvias. Tuvimos un techo bajo el que dormir, un suelo limpio y seco donde montar nuestro dormitorio y un espacio privado para todas nuestras pertenencias (excepto las bicicletas que pasaban la noche fuera atadas entre si). Después de dejar las dos ruedas y cargarnos, de nuevo, nuestras mochilas al hombro también nos acompañó todo el equipo de acampada. A la hora de hacer auto-stop era como nuestra póliza de seguro. Si la mala suerte nos encontraba y no conseguíamos llegar a nuestro destino, siempre podíamos alejarnos un poco de la carretera y acampar. Éramos autosuficientes.

Llegó el Sudeste Asiático y el equipo de acampada se quedó empaquetado en Polonia a la espera de ser enviado en el momento que lo necesitáramos. Llegaron los hostales, los dormitorios comunes, el Workaway, el barco-stop, el Couchsurfing con sus camas, suelos y sofás.

En Australia empezamos durmiendo en la kangura (el coche con el que hicimos el road-trip desde Darwin hasta Perth. Aquí, en Perth, llegó la casa de unos amigos y el House-sitting hasta que decidimos que ya era hora de alquilar un apartamento y dejar de llevar las mochilas y las cajas con comida de una casa a otra.

Durante más de dos años no tuvimos hogar, casi cada día dormíamos en un lugar.

¿Qué es un hogar?

Para sentirme en mi casa no necesito un azucarero ni un salero. Siempre he seguido la tradición española de no comprar un salero sino de robar uno de algún bar. Al llegar a nuestro nuevo apartamento, limpiamos, deshicimos nuestras mochilas completamente y pusimos todas nuestras pertenencias en los armarios (ni siquiera ocupan un cuarto del armario) las cajas de comida llenaron los estantes de la cocina y ahora sirven de mesita de noche para Kasia. Pero no me siento en casa. Tenemos nuestro espacio, puedo ir desnudo al baño o a la cocina pero sigo sintiendo que no es mi casa. Algo falta.

Mesita de noche hecha de cajas

Antes de empezar este viaje escribí un post sobre lo que iba a echar de menos. No sé si lo recuerdas pero después de hablar de varias cosas a las que me acostumbraría, expliqué qué era lo más importante. Lo que no podría reemplazar por nada: Zoja, nuestra perra. Desafortunadamente murió dos semanas antes de nuestra partida. Fue un golpe duro. Al volver a pasar las Navidades del 2016 a Polonia nos tocó sacrificar a Misia, la perra de mis suegros. Otro duro golpe. A Misia le dediqué estas líneas.   

Como amante de los animales, me gustaría tener un perro o un gato o ambos pero no es posible. No sería justo para el animal, se encariñaría con nosotros y nosotros con él y al llegar el diez de septiembre, el día que se termina nuestro visado, qué haríamos con él para no romperle el corazón, para qué no se sintiera abandonado por las personas a las que adora como si fueran dioses.

Un día se me ocurrió lo que faltaba en el apartamento para sentirme como en casa. Al día siguiente al volver del trabajo lo llevé al apartamento. Kasia, al verme, me preguntó si me había traído el trabajo a casa. Trabajo de jardinero y sí, me había traído parte del trabajo para sentirme, por fin, como en casa. Tres pequeñas plantas y lo necesario para ponerlas en un macetero que cuelga del balcón de (ahora sí) nuestra casa.

Tardé más de dos semanas en sentirme como en casa en nuestro propio apartamento. Ahora, dos semanas después de su llegada, a base de cuidados y riegos han florecido. Cada día me tomo un taza de café en nuestro pequeño balcón y contemplo (y mimo) a mis pequeñas y, a veces, me sorprendo preguntándome qué haré con ellas cuando llegue el diez de septiembre.    

¿Y tú? ¿Qué te hace sentirte en casa? ¿Qué define un lugar para que sea tu casa?

P.S: Lamentablemente las imágenes de este post han sido tomadas con el teléfono porque, como ya nos pasó en Myanmar, se nos ha vuelto a estropear la lente de la cámara.

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Víctor

Atípico español, que no aguanta los toros, el fútbol, el flamenco y el calor. Le encanta el invierno y la cerveza fría. Profesor de español de vocación. Un cabezota que siempre tiene su opinión. Manitas comparable a MacGyver, con cinta, cuerda y un cuchillo arregla casi todo y con pegamento, todo. Cuando coge un libro, el mundo no existe. Bueno, lo mismo pasa si se pone a acariciar a perros y gatos. Se levanta y se despierta al mismo tiempo. Vamos, un tipo majo 😀

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