Ahora mismo en Islandia
That´s all. Welcome to Iceland. Al oír estas dos simples y cortas frases que me dice la oficial de inmigración del aeropuerto, me quedo con la boca abierta; menos mal que llevo la mascarilla y la oficial no me ve. Todos los nervios que teníamos por las preguntas que fueran a hacernos, documentación que podían pedirnos y mil cosas más que se nos habían pasado por la cabeza en nuestras peores suposiciones y… nada.
Dichosos controles
De hecho, nos pusieron más “problemas” en Barcelona y Frankfurt que aquí, en Islandia. En Barcelona comprobaron si podíamos entrar en Islandia y tuvimos que enseñar la carta que nos redactó nuestro jefe explicando que nos necesitaba para trabajar y que él se ocupaba del seguro y del lugar para pasar la cuarentena. En Frankfurt más de lo mismo y en Estocolmo, nada… ni siquiera nos pidieron la carta de la embajada sueca permitiéndonos el paso por Suecia, aunque no fuéramos a salir del aeropuerto.
Al final, todo salió bien como yo llevaba varios días diciendo al manojo de nervios que era Kasia. Le repetía una y otra vez que nosotros teníamos más documentos de los necesarios para llegar hasta Islandia y que el único problema sería algún policía de fronteras de mal humor que dijera que no podemos entrar en Alemania y que no aceptara que, en realidad, nosotros no íbamos a pisar suelo alemán ya que estaríamos en tránsito en la zona internacional del aeropuerto, pero ni eso. Incluso nos dijeron que si teníamos hotel podíamos salir del aeropuerto e irnos a dormir unas horas antes de nuestro siguiente vuelo. Evidentemente nos quedamos porque nunca se nos había ocurrido que pudieras salir del aeropuerto cuando estás en tránsito.
De camino a la cuarentena
Nuestro jefe vino a recogernos con dos coches acompañado de su hija, nos saludamos a distancia y nos dice que le sigamos en un Land Cruiser con unas ruedas de casi un metro de alto por más 30 centímetros de ancho. A donde vais necesitaréis este coche, nos dice. Cruzamos las afueras de Reikiavik y tomamos la carretera que circunvala toda la isla. Todo el paisaje es oscuro, roca volcánica o vegetación amarillenta allá donde miremos… y el mar (más bien el océano). Conforme nos dirigimos más hacia el oeste se ven grandes laderas cubiertas de árboles y flores a los lados del arcén. Alguna que otra oveja empieza a dejarse ver hasta que empiezan a verse por decenas (hay más ovejas que islandeses). Peludas es quedarse corto, son auténticas bolas de lana; hasta las crías se ven más “gorditas” de lo normal si las comparamos con las que veíamos cuando vivíamos en la granja en Kirguistán. Poco después vemos los primeros caballos islandeses con sus inconfundibles melenas al viento y cuando pensábamos que eran unos pocos de una granja, empezamos a ver caballos por todas partes; algunos con sus potrillos.
Entre el paisaje, los animales, el placer de conducir un 4×4 enorme y la ilusión que nos hace estar por fin en Islandia, ni siquiera notamos cansancio ni sueño a pesar de llevar más de 30 horas de vuelos y esperas en aeropuertos… nos sentimos vivos, felices, llenos de energía, libres.
Cuarentena en una cabaña
Nos desviamos de la circunvalación hacia Borgarnes, antes de cruzar el puente hasta allí, volvemos a desviarnos a una carretera más pequeña y, en unos kilómetros, nos desviamos de nuevo a una carretera de tierra que seguimos una decena de kilómetros; otro desvío y cruzamos las aguas de un rio (literalmente porque no hay puente) hasta que aparece a lo lejos una cabaña de madera… hemos llegado.
La cabaña está en un valle, casi una gran hondonada y a lo lejos montañas de piedra negra con algunas manchas de nieve. En una de ellas hay un pequeño glaciar; en otra una cascada y varios surcos causados por las aguas de los deshielos se distribuyen aquí y allá. El rio pasa a unos metros de la cabaña y nos surte de agua (a base de cubos) ya que no funciona la bomba que debería darle vida a la grifería del interior.
Sabemos que dos kilómetros rio abajo hay una fuente de aguas termales y a unos 800 metros rio arriba la fuente termal que proporciona calefacción a toda esta región. No es que viva mucha gente aquí (ni siquiera en todo el país), el vecino más cercano está a unos cuantos kilómetros de nosotros.
Sol de medianoche
A pesar de la hora y del viaje de más de 30 horas, no nos sentimos cansados. ¿Serán las emociones de haber conseguido llegar? ¿Será que a pesar de ser las nueve de la noche el sol está en lo alto del cielo?
Oficialmente el sol sale pasadas las 3 a.m. y se pone casi a medianoche pero no hay noche. Aunque no es completamente de día, hay mucha claridad. Al ver que son pasadas las diez de la noche (dos horas más en el resto de Europa) y aún tenemos luz solar, decidimos irnos a la cama; estamos seguros de que en pocos minutos nos dormiremos; muchas emociones, una noche de aeropuerto y mucho cansancio acumulado nos pasa factura en pocos minutos.
Al despertar no tenemos ni idea de qué hora es; el viento sopla con fuerza y el sol lleva ya unas cuantas horas calentando… son más de las siete. Desayunamos y nos disponemos a pasar nuestro primer día en Islandia.
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Víctor
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