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Una visita a la peluquería

Sé que os debo algunos post sobre India (Khajuraho, Delhi y casi tres semanas en Leh y sus alrededores) hasta llegar a este momento pero esto es algo que tengo la necesidad de contar.

No tengo muchas experiencias en las peluquerías ya que dos de mis tías son peluqueras y siempre cortaban el pelo a toda la familia hasta que a los veintipocos mis genes decidieron que el flequillo les molestaba y empezaron a eliminarlo progresivamente. Nunca me molestó estar medio calvo ni las canas porque no lo doy mucha importancia a la parte de mi aspecto que no puedo controlar. De hecho, a menudo, bromeo diciendo que cada día tengo más frente o que de mayor quiero hacerme alguno de los peinados que están de moda entre los hipsters. Desde entonces y más que nada por trabajo aunque no estaba de cara al público, me paso la máquina por el pelo y la barba (a veces me dejo la perilla) más de lo que yo quisiera pero menos de lo que quería mi jefe.

Mi primera vez

Hace años, durante un largo viaje por América del Sur, estaba en una playa en Salvador de Bahía y un indigente iba pidiendo dinero o comida a las pocas personas que habían en la arena pero al llegar a mi altura se limitó a saludarme con un gesto de la cabeza y siguió su camino mendigando algo para llevarse a la boca. Al llegar a mi hostal y mirarme en el espejo me percaté de que estaba tan moreno como los mulatos de allí y con el pelo y la barba de más de seis meses. Al día siguiente busqué una peluquería, me armé de valor y entré a recortarme pelo y barba.

Desde Sudamérica llegué a Polonia y durante los seis años y medio que he vivido en Varsovia me he pasado la máquina más que nunca ya que mi trabajo de profesor de español me llevaba a algunas oficinas de bancos y otras empresas y me hacía estar cara a cara con mis alumnos.

Mi segunda vez

A finales de enero, durante los cinco días que volvimos a Varsovia para dejar las bicicletas, aproveché para pasarme la máquina al mínimo excepto por la perilla pero de eso han pasado más de cuatro meses. Los últimos días algunos hindúes pensaban que era su compatriota y antes de que empezaran a tomarme por un shadu (hombre santo) y a pedirme que les bendiga pintándoles el punto en la frente decidí buscar una peluquería y encontré una para los locales. Al entrar en una pequeña habitación de dos por tres metros con dos sillas no me preocupé ya que mi corte de pelo no entraña muchas complicaciones si se tiene una máquina. Estaban cortando el pelo a un cliente y tuve que esperar a que afeitaran a otro, a navaja y dos veces, seguro que ese apurado no lo consigue ninguna cuchilla ni doble, ni triple, ni flexible, ni ninguna que hayan inventado hasta ahora. Llegó mi turno y por señas le expliqué lo que quería, me senté. Sacó la máquina, la preparó y antes de empezar encendió unas varitas de incienso que empezó a mover a mi alrededor para luego hacer unas pequeñas reverencias mientras susurraba algunas oraciones. Después de pasarme la máquina y eliminar el grueso del pelo, sacó unas tijeras de más de un palmo y empezó a retocar todo su trabajo con ellas. Al llegar el turno de la barba que también hizo a tijera observé como al cliente de al lado, después de cortarle el pelo y retocarle la barba y ¡las cejas!, empezaban a hacerle un masaje en la cabeza y los hombros y darle unos golpes con las manos juntas en la cabeza… Pensé que algunas personas piden cosas extrañas pero cuando terminó con mi barba y mis cejas y después de repasarme el cuello y detrás de las orejas con cuchilla empezó a masajearme la cabeza enérgicamente para pasar a los hombros y a la parte de la espalda que no estaba apoyada en la silla. Luego juntó las manos, como rezan los católicos, y empezó a golpearme la cabeza y los hombros. No pude saber si es para estimular las raíces del pelo o es algún ritual suyo relacionado con la energía (aquí son budistas) ya que el inglés de mi peluquero-barbero era inexistente. Cuando llegó el momento de pagar y me pidió 150 rupias (un poco más de dos dólares), le di 200 por casi una hora de trabajo durante la cual entraban constantemente personas que cogían un peine y se retocaban el pelo o el bigote, lo dejaban de nuevo en la mesa y se iban. Incluso entraron un par de personas que cogían las cuchillas usadas de un pequeño bote dispuesto para ello.

Como he dicho no tengo muchas experiencias en las peluquerías pero estoy seguro que nadie me podrá negar que fue una experiencia fascinante y, como podéis apreciar en la fotografía, con un resultado inmejorable.

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Víctor

Atípico español, que no aguanta los toros, el fútbol, el flamenco y el calor. Le encanta el invierno y la cerveza fría. Profesor de español de vocación. Un cabezota que siempre tiene su opinión. Manitas comparable a MacGyver, con cinta, cuerda y un cuchillo arregla casi todo y con pegamento, todo. Cuando coge un libro, el mundo no existe. Bueno, lo mismo pasa si se pone a acariciar a perros y gatos. Se levanta y se despierta al mismo tiempo. Vamos, un tipo majo 😀

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