Antalya ¿y eso qué es?
Al ver que vamos a llegar hoy mismo le pedimos a nuestro chófer actual si podemos usar su teléfono para llamar a Sahika, la chica turca que conocimos aquella noche en Diyarbakir y que nos invitó a su casa. Esta misma mañana hemos salido de Mersin y queríamos hacer los más de 500 kilómetros hasta Antalya en autostop EN DOS DIAS (?), pero una vez más, los turcos nos han sorprendido con su hospitalidad y su disposición a ayudarnos.
Autostop a Antalya
Salimos de Mersin casi a las diez de la mañana con un Dolmuş, el equivalente a las marshrutkas en Georgia o Asia Central, hasta las afueras de la ciudad y en menos de quince minutos estamos a bordo de nuestro primer vehículo que nos lleva hasta Silifke. Nadie para durante una hora y cuando empezamos a considerar el dolmuş para salir de la ciudad, un coche para a nuestro lado dispuesto a llevarnos hasta Anamur.
Viajamos sorprendidos porque desde las afueras de Mersin la ruta está llena de ruinas romanas. Castillos, ciudades, murallas y acueductos salpican el paisaje. Nadie les presta atención ni las visita; muchas de ellas ni siquiera están señalizadas y pasan desapercibidas a los ojos del que conduce, pero nosotros las vemos y anotamos en nuestras cabezas el volver algún día con nuestro propio medio de transporte.
En Anamur apenas esperamos diez minutos. Esta vez nuestro chófer se dirige a Antalya donde es dueño de una carnicería y un restaurante. Pasamos varias pequeñas poblaciones a pie de costa, pequeñas bahías sin explotar, ríos de agua cristalina desembocan en las mismas playas donde algunos pescadores pasan la tarde dedicados a su afición mientras beben litros de té.
Cien kilómetros antes de llegar a Antalya todo cambia. Los pequeños pueblos dan paso a grandes complejos hoteleros, urbanizaciones de apartamentos y bungalows. Probablemente todos ellos con sus piscinas, bares, gimnasios y quizás pistas de tenis para no tener que salir del complejo. Aunque estamos a finales de octubre el clima es bueno, hace calor, está soleado y no sopla ni una pizca de brisa: los hoteles están llenos de turistas.
Llegamos de noche a Antalya y nuestro chófer encarga a su hijo que nos lleve hasta nuestro destino. Le trae sin cuidado las veces que le decimos que podemos ir en tranvía o en autobús; su hijo va a conducir hasta Estambul toda la noche y se desviará un poco a pesar del tráfico reinante en Antalya para llevarnos hasta la calle donde vive nuestra anfitriona. Le damos las gracias varias veces y nos dejamos llevar por última vez ese día.
Hospitalidad turca
Sahika nos espera. Vive con sus padres y su hermana mayor. Tienen dos apartamentos en dos plantas diferentes. Abajo vive ella y su hermana y arriba sus padres ya jubilados. El verano en Antalya es tan abrasador que los padres se van a su pueblo natal en la costa de Mar Negro y ellas se mudan al apartamento de sus padres para ceder el apartamento de abajo a familiares y amigos que vienen de visita y a disfrutar de unas vacaciones en Antalya. Con nosotros hacen lo mismo; tenemos todo el apartamento a nuestra disposición.
Dejamos las mochilas y subimos a conocer a sus padres. Nos esperan a mesa puesta. Sopa, dolmas, ensalada, frutas frescas y frutos secos; y los omnipresentes litros de té. Hablamos hasta bien entrada la noche. Agotados y con los estómagos llenos nos retiramos a dormir.
Al día siguiente el desayuno no es como un desayuno cualquiera. La mesa está a rebosar. Diferentes tipos de pan, de mermeladas, de ensaladas, de quesos, de aceitunas, de miel, más un par de platos calientes típicos turcos… aquí no pasaremos hambre. Comiendo y hablando cada desayuno, comida o cena se alarga un par de horas sin contar el tiempo de sobremesa con varios vasos de té o un riquísimo café turco.
Desde el primer día rebautizamos a la matriarca como nuestra mamá turca. Cada día nos relamimos con cada plato que cocinaba; no hubo ningún plato que nos dejara indiferentes. Quizás algún día tenga que consultar los apuntes (de Kasia) y escribir un post gastronómico de Turquía para agrupar las recetas de nuestra mamá turca y las de Fatma y Erol de Erzurum.
Algunos de los platos…
¿Qué ver en Antalya?
Antalya se encuentra en el golfo del mismo nombre a orillas del Mediterráneo; los montes Tauros se extienden paralelos a la costa quedando a espaldas de la ciudad. Hace más de
2.000 años los romanos ya se enamoraron de la situación geográfica, del clima y de los productos que proporcionaba el mar y la tierra; construyeron varias ciudades cercanas a lo que hoy día es Antalya. Hoy en día la historia se repite. Gran parte del año es bañada por el sol lo que la convirtió en un destino turístico para muchos europeos de países fríos y, este turismo la transformó en una ciudad liberal.
Torres y antiguas murallas, museos y madrazas, mezquitas y minaretes, el puerto deportivo y el omnipresente monumento a Atatürk. Nada de esto atrae más que el histórico barrio llamado Kaleiçi y la Puerta de Adriano o Üçkapılar (las tres puertas) ya que consiste en tres arcos construidos allá por el año 130 cuando el Emperador Adriano visitó la ciudad; según las leyendas muchos personajes históricos han pasado bajo los arcos de esta construcción.
El laberinto del barrio de Kaleiçi es el corazón de Antalya, pero no empezamos allí nuestra visita. La primera parada fue la playa. Sahika nos llevó a la kilométrica playa Konyaalti, aunque no tiene arenas blancas ni aguas cristalinas como en las manipuladas fotografías que enseñan en los folletos turísticos que promocionan Antalya; aquí la realidad son tímidas olas de agua templada del Mediterráneo que lamen los millones de cantos rodados que sustituyen a la arena. Un lugar perfecto para sentarse a contemplar el mar sin acabar rebozado en arena.
Caminamos unos kilómetros por el agradable paseo marítimo cruzando parques hasta un ascensor (asensör). El sol calienta con fuerza, pero una suave brisa suaviza la temperatura. Salimos del ascensor y parece que nos hayan teletransportado. Turistas de todas las nacionalidades, aunque mayoritariamente ingleses y rusos, pululan en traje de baño. Tiendas de regalos, restaurantes de pescados y mariscos, bares con interminables happy hour con cervezas de importación. Esto dista mucho de la Turquía del este de dónde venimos.
Estamos hambrientos, Sahika nos explica que aquí la comida es escasa, mala y cara, pero ella es de aquí, sabe dónde ir y nos da a elegir entre varias opciones. Nos decantamos por un lugar donde sirven bocadillos de varios tipos de pescado asados o fritos y un buffet de ensaladas incluido en los 12 TRY (menos de dos euros) del precio del bocadillo. Después de lamernos los dedos (literalmente) cruzamos la Puerta de Adriano y entramos en Kaleiçi.
Pasear por Kaleiçi puede ser una pesadilla o muy relajante. Todo depende de por donde decidas adentrarte y a qué hora. Las calles con tiendas, restaurantes, bares y cafeterías siempre están llenas de turistas, aunque sin llegar a ser insoportable en la mayoría de los casos. Pero en cuanto gires hacia una calle sin comercios, no te encontrarás a nadie. Todas las construcciones del barrio siguen el mismo estilo por lo tanto en esas calles “laterales” se sigue disfrutando de lo mismo, pero casi en exclusiva para ti exceptuando a la gente que vive por esas calles. Cuando en una calle de tiendas echan el cierre, se vacía… la mayoría se dice ¿para qué ir allí? No hay nada, está todo cerrado y justo en ese momento es tu turno para recorrer esas calles y poder observar las casas de piedra con las luces mortecinas de unas pocas farolas que le dan una atmósfera especial.
Cuando necesites un descanso de tanto caminar, te recomiendo el Luna Garden. Un enorme patio donde se reúnen a cada hora del día los turcos. Allí acuden familias al completo, grupos de amigos, parejas de enamorados, solitarios en busca de un vaso de té; da lo mismo que momento del día sea, siempre está lleno y siempre es agradable pasar un rato de descanso delante de un vaso de té y observar que sucede a tu alrededor.
Perge
Para aquellos que no solo buscan sol y playa, los alrededores de Antalya están sembrados de ruinas romanas, aunque, como siempre sucede, la mayoría acuden a las mismas atracciones: las ruinas de la antigua ciudad de Termessos, el Teatro de Aspendos donde aún se siguen haciendo representaciones y conciertos, las cascadas de Düden que desembocan directamente al mar con una caída de 30 metros…
No fuimos a ninguno de esos lugares; nos dejamos aconsejar y nos fuimos a ver las ruinas de la antigua ciudad de Perge. El tranvía nos dejó a quince minutos a pie de la entrada y aunque el precio de la admisión de 36 TRY nos pareció excesivo, mereció la pena con creces. Tuvimos las inmensas ruinas casi en exclusiva. Largas y anchas avenidas flanqueadas de columnas, la entrada, el anfiteatro, el estadio, los pisos y paredes de mosaicos preciosos y bien conservados… paseamos durante casi cuatro horas y nos hubiéramos quedado más tiempo sino fuera por el sol abrasador y que se nos terminaron los dos litros de agua que llevábamos para la ocasión. Si vienes a Antalya resérvate un día para visitar este lugar y no te olvides de proveerte de una buena cantidad de agua y comida; aprende de nuestro error.
Alrededores de Antalya
Y como siempre nosotros fuimos a otros sitios. Alquilamos un coche para un par de días y acompañados por Sahika y su hermana nos dejamos guiar. Empezamos por Göynuk Gorge (entrada 8,5 TRY); a tiro de piedra de la misma ciudad parece increíble encontrar este desfiladero, estas montañas y aire fresco. Un corto paseo de tres kilómetros donde disfrutar de las vistas o si eres más aventurero siempre puedes practicar descenso de cañones contratando los servicios de alguna agencia local.
Por la tarde nos fuimos a Phaselis. Pagamos las 36 TRY de la entrada y casi ni teníamos donde aparcar hasta que el cielo se cubrió de nubes y empezó a caer una auténtica pared de agua. Muchos se fueron porque la gente no acude a ver las ruinas de la ciudad, sino que va a sus pequeñas calas a bañarse y tomar el sol. Cuando cesó el diluvio, salimos del coche a pasear por las ruinas. Un pequeño y bien conservado anfiteatro, una amplia ágora, una avenida bordeada de columnas y restos de estancias que antaño fueron viviendas y tiendas y otros muchos restos; todo es impresionante y la recién caída lluvia le otorgaba una estética especial.
Al día siguiente nos fuimos a Side. ¡Qué pesadilla! Desde la misma llegada nos sentíamos como peces fuera del agua: cientos de turistas paseando cámara en mano, gritando, gesticulando, señalando los souvenirs que quieren comprar de cada tienda que marca los precios en euros. Incluso los baños públicos se pagan en euros: lo que normalmente cuesta 1,5 TRY; aquí cuesta 1,5 euros.
Todo está plagado de ruinas, pero hay que compartirlas con cientos de “veraneantes” ruidosos y caóticos. El paseo comercial es un infierno de tiendas donde cada vendedor te llama reclamando tu atención, aunque aceptan el primer “no, gracias” como respuesta definitiva y no insisten como suele ocurrir en otros países. Aún así nos empeñamos y nos encaminamos hacia el mar en busca de un lugar tranquilo donde digerir toda esa atmósfera. El último bar montado sobre la arena, el más alejado posible de las tiendas nos brinda la tranquilidad para sentarnos a mirar el mar tomando un café. Volvemos “campo a través”; aquí no hay tiendas ni restaurantes y exploramos las ruinas que nos vamos encontrando sin intromisión de ningún turista hasta llegar al escondido refugio/campamento de los hombres que alquilan los camellos para dar paseos a los turistas y de ahí directos al coche para huir Side.
Sahika nos guía a la cascada de Kursunlu (entrada 6 TRY). No es solo una cascada sino un gran parque con varias cascadas, estanques y ríos interconectados. Hay bastante gente local porque es 28 de octubre, el Día de la Independencia en Turquía, pero es otro tipo de multitud mucho más llevable. Resulta un lugar agradable, pero en esta época del año todo está muy seco, plantas y cascadas.
Para terminar el día subimos al mirador Yapay Selale para ver la puesta de sol sobre gran parte de la ciudad de Antalya delante de un vaso de té turco.
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Víctor
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