Diyarbakir, la capital (no) oficial del Kurdistán | Turquía del este
Principios de octubre del 2019. Oímos los cazas sobrevolando nuestras cabezas. Erdal, uno de los mejores anfitriones de Couchsurfing que hemos tenido, nos dice que es normal, que en Diyarbakir hay una base militar aunque hoy hay mucho más movimiento. Hace unas horas el gobierno turco bajo el mando del presidente Erdogan ha empezado el bombardeo contra los kurdos en la frontera con Siria. Solo pensar que esos mismos aviones que oímos van a lanzar bombas sobre gente que vive a unos kilómetros de donde nos encontramos me produce un tumulto de sensaciones; ira, rabia, impotencia, tristeza… hay momentos en los que tengo que esforzarme para contener las lágrimas que pugnan por salir.
Estamos en Diyarbakir, la capital no oficial del Kurdistán turco. No oficial porque los kurdos no tienen su provincia como en Irán. No oficial porque no tienen una región casi autonómica como en Iraq. No oficial porque para algunos turcos, extremistas que comparten filas con el gobierno de Erdogan, el Kurdistán ni siquiera existe y quieren exterminar a todos los que piensen lo contrario.
Las murallas de Diyarbakir
Desde los hurritas alrededor del 2.300 a.C. hasta hoy, Diyarbakir ha sido el hogar de más de 30 civilizaciones. Por su situación geográfica a orillas del Tigris era la puerta entre Asia y Mesopotamia y un importante centro comercial y cultural.
Las murallas, casi tan viejas como la humanidad, construidas en basalto negro llegan a alcanzar los 12 metros de altura y 5 metros de ancho a lo largo de su recorrido de 5,5 kilómetros. Aún se alzan sus 82 torres de defensa y las 4 puertas, que daban acceso a la ciudad, hoy son la entrada al barrio intramuros llamado Sur. Nadie sabe cuando se levantaron las murallas pero se sabe que fueron restauradas por Constantino II en el año 349 de nuestra era. Desde entonces las murallas han protegido Diyarbakir de los invasores pero no han podido hacerlo del propio gobierno turco.
Entre el 2015 y 2016 el atrincheramiento de los kurdos y los ataques sin contemplaciones del ejército turco destruyeron una gran parte del barrio intramuros. A ninguno de los bandos ni a nadie le importó el reciente nombramiento de Patrimonio de la Humanidad otorgado por la UNESCO. Desde lo alto de las zonas de libre acceso puede verse como un tercio del barrio ha sido expropiado, demolido y, en su lugar, construyen una especie de complejo cerrado con montones de viviendas unifamiliares destinadas a gente adinerada.
¿Qué ver en Diyarbakir?
Hasta hace relativamente pocos años todo el núcleo urbano estaba dentro de las murallas hasta que el gobierno conminó a la población kurda que vivía en las montañas a establecerse en la ciudad. La población se multiplicó por diez y la ciudad se extendió fuera de sus murallas hasta alcanzar el estado actual.
Todas las construcciones antiguas que siguen en pie están intramuros. Mezquitas, madrazas, minaretes, iglesias armenias y siriacas, plazas y museos…
Lo más recomendado es, evidentemente, la Gran Mezquita de Diyarbakir, el Minarete de cuatro patas (Dört Ayaklı Minare) con la leyenda de pasar siete veces por debajo para tener buena suerte y la Iglesia Ortodoxa Siriaca de Nuestra Señora (Meryemana kilisesi) aunque hay mucho más.
Muchas de las iglesias están cerradas y en desuso ya que la población cristiana ortodoxa en la ciudad no es muy numerosa; pero muchas mezquitas (Hazreti Süleyman, İskender Paşa, Fatihpaşa, Beharampaşa) permanecen abiertas, casi desiertas (excepto a la hora de los rezos) y en las que están cerradas o en desuso aún se puede entrar al patio y pasear, observar las fuentes para lavarse antes de los rezos o admirar algunas de sus preciosas fachadas… si te encuentras con algún local nada te dirá excepto un gesto de aprobación con la cabeza o un as salam u alaikum (que la paz esté contigo) a lo que deberías contestar (si puedes): wa alaikum as salam (que la paz esté contigo también). Si no te ves capaz de aprender estas dos frases, bastará con el significado universal de una sonrisa sincera.
Personalmente te recomiendo (como siempre) pasear por el laberinto de estrechas calles hasta perderse y encontrar talleres artesanales donde trabajan la madera, el cobre o la cerámica, productores de tabaco, tejedores… a veces estos talleres se encuentran agrupados por gremios en unos patios interiores (llamados han) rodeados de construcciones de dos o tres alturas y otras veces son habitaciones o patios de una simple vivienda. “Perdiéndote” de este modo también descubrirás esas mezquitas que no salen en los folletos turísticos (si es que existen) o pequeñas capillas.
No te extrañes de que los niños te miren con curiosidad, las mujeres asomadas a las ventanas se escondan al verte y los hombres te saluden. Como en Erzurum, vimos algunas excursiones organizadas de turistas turcos pero en los cinco días que estuvimos en Diyarbakir no nos encontramos ni un solo turista extranjero; quizás porque en octubre no es temporada alta, quizás porque no son muchos los que vienen por esta parte de Turquía. Un día que nos sentamos a comer en un pequeño establecimiento, el dueño nos pidió amablemente si podía hacerse una selfie con nosotros y nos enseñó orgulloso que no éramos lo primeros turistas que comían en su modesto negocio… por cierto la comida estaba deliciosa.
Tomando té con kurdos
Vamos en un autobús de línea, volvemos de cancelar los billetes de autobús que nos habrían de llevar a Iraq. No nos atrevemos a ir al Kurdistán iraquí por las miles de personas que huyen de los bombardeos y que pueden colapsar el transporte público, las carreteras y los controles. No nos atrevemos porque no sabemos si podremos volver a cruzar a Turquía por tierra. No nos atrevemos por los problemas que podemos tener en las decenas de controles cuando vean a dos blancos entrando en “zonas de conflicto”.
Oigo cazas volando sobre nuestras cabezas, tengo la piel de gallina y me concentro en aguantar las lágrimas; Erdal (nuestro anfitrión que nos ha acompañado por si necesitábamos un traductor) sonríe… es kurdo y sonríe. No lo entiendo; le pregunto cómo se siente y responde que es normal, que la gente ya está acostumbrada, que aquí no caen bombas y prefieren seguir con sus vidas… se sumerge en el teléfono y organiza una quedada para miembros de Couchsurfing.
Media hora después estamos en un pub bebiendo té junto a otras personas y el camarero que resulta que vivió en España y Sudamérica entre otros lugares. Hablamos de todo. La política de Erdogan, las diferencias entre kurdos, árabes y turcos, su cultura, la nuestra, chistes, bromas y risas. Todo para sofocar los sentimientos que nos provocan saber lo que ocurre a pocos kilómetros de donde estamos y los cazas que a veces podemos oír por encima de la música que suena… y lo conseguimos.
Ahora después de un tiempo recuerdo ese día como la reunión hasta medianoche con unas personas con las que compartimos experiencias, culturas y risas; no como el día en que el gobierno de Erdogan bombardeó poblaciones civiles a pocos kilómetros de donde nos encontrábamos ni la impotencia que sentí de no poder hacer nada al respecto.
Desgraciadamente en los siguientes días nos cruzaríamos con algunos efectos del ataque que nos refrescarían todos las malas sensaciones vividas en Diyarbakir.
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Víctor
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