La pequeña Georgia
Nos pasamos un par de días paseando por Kutaisi, la ciudad de donde salió la mafia georgiana. Hace más de mil años y durante más de quinientos fue la capital del país o del país que era; sufriendo invasiones de los árabes, mongoles, turcos, rusos y cada pueblo que habitaba cerca de sus fronteras. Hoy en día es una ciudad en ruinas o en construcción, el tiempo lo dirá; muchos grandes edificios están vacíos y al mismo tiempo ves casas unifamiliares en construcción.
Cruzando el río Rioni fuimos a visitar la Catedral Bagrati que fue patrimonio de la Unesco pero le retiraron el honor por la reconstrucción a la que se vio sometida a lo largo de todo el siglo XX. Personalmente me gustó; prefiero ver las piedras colocadas en su lugar correspondiente que esparcidas por el suelo alrededor del monumento y tener que imaginármelo a partir de un plano o un dibujo en algún cartel. Fuimos a la estación de trenes a comprar billetes para Tbilisi, donde en una mezcla de polaco, el ruso que aprendió Kasia por sí sola para este viaje y el lenguaje corporal nos entendieron a la perfección y nos dieron toda la información que necesitábamos.
Nos quedamos muy sorprendidos con esta gran diferencia con los turcos. En mi opinión eso demuestra que los georgianos no sólo lo parece sino que quieren entendernos para tener aunque sea una pequeña conversación sobre de dónde venimos o qué estamos haciendo allí y, además, en invierno. El día de nuestra partida mientras esperábamos el tren en la estación por megafonía dijeron algo en georgiano, incomprensible incluso para ellos. En un par de minutos una de las mujeres de las taquillas salió y se acercó a nosotros para explicarnos en ruso que el tren ya estaba y si queríamos subir en lugar de esperar en la estación… Los dos nos quedamos con cara de idiotas pensando en qué estación, de qué ciudad, alguien se tomaría esas molestias por unos simples turistas.
A Tbilisi llegamos por la tarde y sólo dimos una vuelta por los alrededores del hostal, nos tomamos un par de cervezas locales y picamos algo. Al volver al hostal nos encontramos con Pablo, el argentino que conocimos en Capadocia justo el día que nos íbamos en dirección al agujero negro que fue Erzurum. Al día siguiente como de costumbre, con el plano en el bolsillo pero sin mirarlo, nos sumergimos por las calles del casco antiguo donde vimos todo lo que aconsejan en las guías y muchas otros lugares, personas o animales que se nos cruzaron en el camino. Por supuesto nos pateamos de arriba a abajo más de una vez la avenida Rustaveli que es la arteria principal donde se encuentran la mayoría de los edificios más representativos de la ciudad incluido el Museo Nacional.
Aunque preferimos la vida en las calles y no solemos visitar museos, hicimos una excepción aconsejados por mis suegros que estuvieron aquí el año pasado. No fue fácil: la primera vez la mujer que había en la taquilla no quiso cambiarnos un billete de cien laris para los diez que costaban las entradas pero, al día siguiente, insistimos (está vez con el importe exacto) y visitamos todas las exposiciones que habían. Lo que más me gustó fue la sala de tesoros y todo un piso destinado al georgiano Alexander Roinishvili que viajó y fotografió gran parte del Cáucaso a lo largo de su vida a bordo de una caravana que era un museo con ruedas. La última planta está destinada a la ocupación rusa: aunque mucho está sólo en su idioma, las imágenes no dejan duda de lo que ocurrió a lo largo de esos años (1921-1991). A la entrada de esta exposición hay un vídeo corto sobre el ataque de una coalición de Rusia, el sur de Osetia y Abjasia en 2008 contra Georgia.
Kajetia, tierra de vinos
El domingo por la mañana salimos de la ciudad en autobús y en menos de un cuarto de hora estábamos en un coche en dirección a Sighnaghi, al llegar nuestro conductor nos pedía dinero a pesar de que antes de subir le habíamos dicho que no pagamos por el transporte, hacemos autostop. Mientras nos mirábamos y nos reíamos, un taxista se puso de nuestra parte y nos ayudó a quitárnoslo de encima.
Paseamos un poco por la ciudad buscando un sitio barato para dormir pero todo está lleno de familias con niños y de parejas jóvenes que han venido a pasar el día o el fin de semana. Hay demasiadas personas que intentan llevarnos al hotel o al restaurante donde se sacan su comisión pero uno de los hombres que nos aborda resulta ser David, el dueño del hostal que estamos buscando y lo hace porque llevo en las manos una tarjeta de su hostal. Subimos a su coche con su mujer y sus hijos y nos acercan al hostal que resulta ser su casa familiar donde nos quedamos. Al ver que la madre de David hace todo en casa (carnes saladas, secadas al sol y curadas, verduras y frutas en conserva, vinos, licores y quien sabe que más) accedemos a la cena casera que nos ofrece y acertamos con nuestra decisión. El vino casero, sin química ni conservantes ni nada que no sea uva, resulta ser completamente diferente a cualquier otro que hayamos probado.
Siguiendo los consejos de David al día siguiente su hermano nos deja en un cruce a casi veinte kilómetros de Kvareli donde en menos de dos minutos un coche nos lleva no sólo hasta la ciudad sino que nos deja en las mismas puertas de la bodega Khareba. Todo el complejo fue construido durante los tiempos del comunismo y consta de casi ocho kilómetros de túneles excavados en una montaña de granito que mantienen una temperatura y una humedad concreta. Allí hacen vino al estilo europeo y al georgiano que consiste en que el vino fermenta en unas tinajas de barro que están enterradas y que se llaman qvevri y le dan un cuerpo, un olor y un sabor muy diferente al europeo. Por suerte para nosotros todos los vinos georgianos son secos. Fuera de la cata y cortesía de la chica que nos guió en el tour probamos un blanco llamado Mtsvane; increíble por el color que parecía miel y el sabor muy afrutado sin ser dulce. De hecho ganó varios premios el pasado año.
Destino Armenia
Regresamos a Tbilisi y pasamos el día planeando nuestra ruta por Armenia, un país que siempre me ha atraído, más aún desde que leí por primera vez (pero no última) Imperio de Ryszard Kapuściński. Nunca he sabido explicar el porqué de esa atracción pero cuando decidimos dejar las bicicletas y cruzar Georgia y Armenia antes de llegar a Irán una sonrisa se dibujó en mi cara. Salimos de Tbilisi en marshrutka y antes de quitarnos las mochilas de la espalda ya teníamos un coche conducido por un profesor de lengua georgiana que trabaja en la universidad y tres veces por semana va a un pequeño pueblo muy cercano a la frontera azerí en el que enseña georgiano a los niños en la escuela. Compramos algunas chocolatinas con los pocas monedas que nos quedaban y cruzamos la frontera a mi soñada Armenia.
Casi cuatro años después volvimos a Georgia e hicimos un road trip.
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Víctor
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Perdón por tardar en contestar pero el Internet en Irán es como es. Aun nos estamos peleando para conseguir evitar las restricciones.
Gracias por tus palabras de apoyo, como dices nos hemos quitado un gran peso de encima aunque fue muy duro. A veces las echamos de menos, cuando vemos paisajes maravillosos; y otras veces no, cuando pasamos por una subida de 19 km. hasta más de 2500 metros de altitud en Armenia.
Tenemos crónicas y fotos pero por ahora nos resulta imposible compartirlo. Ni siquiera podemos acceder al FB pero tarde o temprano lo conseguiremos. Un abrazo fuerte de parte de los dos.
Parece que os habeis liberado de una carga, que podeis visitar en profundidad, centrando toda vuestra atencion en lo que veis, en lo que quereis ver, y no en las penalidades de la ruta. Os felicito y admiro por la dificil y valiente decision de dejar las bicis y reorientar el viaje. Magnifica madera de viajeros.
Un abrazo grande mientras espero vuestra siguiente crónica.
Elena