Amarga despedida VS dulce bienvenida
Después de pasar unos días con Marco en nuestra ya conocida (si es posible decir algo así) Estambul llegó el inevitable y esperado momento de movernos y seguir con nuestra aventura.
Cuando llegamos hace dos meses con las bicicletas fuimos en ferry a Kadıköy donde nos hospedamos unos días y para terminar como empezamos por la mañana decidimos que en lugar del carísimo autobús directo al aeropuerto de Sabiha Gökçen, iremos andando hasta el ferry para cruzar a Kadıköy donde haremos tiempo en alguna cafetería hasta la tarde para, con un autobús normal, ir hasta el aeropuerto. Todo muy bonito en teoría pero tuvimos la mala suerte de que a los 15 minutos de salir con las mochilas cargadas, eso si, cuesta abajo empecé a sentirme bastante mal, con angustia y sudores fríos. A pesar de todo y con un par de paradas para sentarme conseguimos llegar al ferry y de allí a una cafetería donde me recuperé aunque no pude comer en todo el día. Por la tarde y después de una hora y media en autobús llegamos al aeropuerto donde esperamos unas horas mientras comentábamos como es posible que en un aeropuerto internacional «europeo» casi nadie habla inglés y que, hoy en día, no haya Internet. Al menos el vuelo salió puntual.
Igual de sorprendidos nos quedamos al llegar a Kutaisi, cuando los funcionarios del control de pasaportes nos dan la bienvenida, nos sonríen y nos dan una botella de vino a cada uno. Después del control nos encontramos con un pequeñísimo aeropuerto donde, a pesar de que son las tres de la madrugada, hay minibuses para ir a Kutaisi y unas cuantas ciudades más y la oficina de información turística está abierta, la mujer es simpática y tiene información y mapas de cada región del país. Nosotros dormimos en el aeropuerto y por la mañana fuimos hasta el centro con un autobús normal, aunque intentó cobrarnos el «precio especial del turista recién llegado» (5 lari) al decirle que no bajó hasta lo que costaba realmente (2 lari). Buscamos un pequeño hostal y salimos a pasear y a comer algo antes de volver a la habitacón para ducharnos y dormir las doce horas que nos pedía el cuerpo.
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Víctor
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