Caravanserais en la Ruta de la Seda
Muy a menudo, la necesidad es la madre de la invención. En los tiempos en que las distancias no se medían en horas de avión, recorrer la Ruta de la Seda requería mucho tiempo e infinidad de dificultades. Fue necesario crear algo que ayudara a los comerciantes y viajeros en su ardua y agotadora tarea.
Los caravanserais resultaron ser ese algo. Surgieron a lo largo de toda la Ruta de la Seda para ofrecer cobijo y descanso a comerciantes y viajeros.
Caravanserais, hotel para viajeros
Etimológicamente caravanserai proviene de la palabra persa Kārwānsarā y esta, a su vez, está formada por kārwān (caravana) y sara (edificio con patios cerrados).
Hasta hoy día viajando desde China a Turquía a través de Asia Central e Irán, es decir, siguiendo la variante principal de la Ruta de la Seda; es imposible no encontrarse con restos de antiguos caravanserais. Algunos en un estado deplorable y otros completamente restaurados y reconvertidos en hoteles (de diversas categorías), restaurantes o tiendas.
La arquitectura de los caravanserais
Básicamente fueron construcciones con base cuadrada o rectangular y muros altos hechos de adobe (ladrillos de barro secados al sol) con una sola entrada suficientemente ancha y alta para que pudieran entrar las caravanas compuestas por camellos y/o caballos. Esta única puerta de entrada se cerraba por las noches y era custodiada por guardias para seguridad de los viajeros que allí se hospedaban
La entrada conducía a un amplio patio, el corazón del caravanserai donde, a menudo, había un pozo de agua para consumo tanto de personas como animales además de para el aseo y las abluciones. En el patio se quedaban animales y mercancías y, de esa forma, se creaban bazares improvisados donde se comerciaba; el caravanserai se convertía en un bullicioso bazar. Sabores y aromas, productos de todo tipo, mezcla de lenguas; un flujo constante de información y bienes de consumo.
Alrededor del patio había estancias de varios tipos. Habitaciones para los viajeros y sus criados, almacenes para las mercancías y los animales (para los más pudientes), almacenes de forraje para los animales. Si el caravanserai poseía dos pisos, las habitaciones superiores eran las más “lujosas”, espaciosas y caras. Aunque la mayoría de los viajeros dormían en el primer piso, en habitaciones pequeñas de paredes gruesas para aislar del calor durante el día y del frío por la noche. Solo las mejores estancias tenían una pequeña ventana; lo normal en el resto de las estancias era que después de extender las esterillas y las mantas para dormir, apenas quedara espacio. Nadie se quejaba, lo más importante era tener un techo y la seguridad de una puerta cerrada.
Para garantizar la seguridad, las puertas y ventanas de todas las estancias se abrían al patio. A menudo, los caravanserais parecían grandes fortificaciones con puertas alzándose sobre el resto del conjunto. Es comprensible teniendo en cuenta el valor de los productos transportados a través de la Ruta de la Seda.
Se supone que el caravanserai proporcionaría a comerciantes y viajeros no solo un lugar donde pernoctar sino también para regenerarse y reabastecerse. Por supuesto podían quedarse una única noche, aunque lo normal eran estancias de varios días e incluso semanas cerca de grandes ciudades. Durante esos días los animales descansaban, bebían y comían, los caballos eran herrados, se arreglaban los portabultos y las “sillas” de montar. Los viajeros con dolencias físicas visitaban a un médico o, para las espirituales, a un imán. Tenían tiempo para asearse a conciencia, comer bien y recuperar el sueño perdido.
El caravanserai estaba pensado para ofrecer toda una gama de servicios. La idea era garantizar que se satisficieran todas y cada una de las necesidades del viajero y de sus animales de monta y/o carga. Evidentemente todo dependía del viajero, del tamaño de su bolsa de monedas o del valor de los productos que pudiera ofrecer.
El fin de los caravanserais
Los caravanserais se convirtieron rápidamente en lugares no solo para el descanso sino, también, para el intercambio; inicialmente información y luego, bienes. Sin embargo, la función básica de los caravanserais perdió su derecho a existir con la llegada de los vehículos motorizados. Las distancias se contrajeron bruscamente y los caravanserais distanciados por unos 40 o 50 kilómetros comenzaron a arruinarse.
Por supuesto esta ruina no ocurrió de la noche a la mañana, fue un proceso. Comenzó con la transformación de esos patios en bazares que crecían cada vez más extendiéndose más allá de los muros. Algunos se convirtieron en bazares regulares, otros fueron absorbidos por los mercados extramuros, reconvertidos en casas de té, restaurantes, hoteles. Otros muchos se perdieron en las vastas estepas y en las arenas de los desiertos convirtiéndose, primero, en destino de expediciones arqueológicas y luego de excursiones organizadas para turistas.
“Nuestro” caravanserai
A lo largo de nuestro viaje pasamos por muchos caravanserais. Al principio ni siquiera sabíamos donde estábamos; los encontramos adentrándonos y perdiéndonos por los infinitos pasajes de los bazares iraníes de Tabriz, Yazd o Isfahán o por muchos otros en Uzbekistán. Luego, más conscientes, tratábamos de beber té o comer en viejos caravanserais reconvertidos tanto en Asia Central como en las turcas Diyarbakir o Gaziantep.
Los caravanserais se han convertido, para nosotros, en elementos inseparables de los bazares asiáticos. Al igual que para los viajeros siglos atrás eran lugares donde pasar la noche de manera segura; para nosotros se convirtieron en oportunidades para descansar del ajetreo, del bullicio y del calor. Cuidadosamente escondidos entre los puestos de los bazares, nos ofrecieron paz, tranquilidad y un vaso de té.
Un caravanserai pequeño convertido en un restaurante. Bukhara, Uzbekistán
En la uzbeka Bukhara tuvimos la oportunidad de sentirnos como los viajeros que pasaban por allí hace siglos, pasamos una noche en un caravanserai “no turístico”. El nivel de comodidad fue similar al experimentado por aquellos viajeros pobres que no podían permitirse los lujos de un caravanserai grande y “confortable”.
Una pequeña habitación polvorienta de unos tres metros cuadrados con dos finos colchones viejos y raídos tirados en el suelo. Fuera, una letrina que se acercaba más a los tiempos de Marco Polo que a la actualidad nos ofrecía una experiencia única. Al salir al patio por la noche, las malas condiciones ya no importaban. El cielo estrellado y docenas de puertas de madera desvencijada visibles gracias a la luz de la luna que nos hacía fácil imaginar a camellos y caballos descansando, preparándose para cargar las mercancías que luego llevarán a lo largo de toda Asia y Europa. Casi podíamos oír a los comerciantes gritando, dando órdenes para asegurar la carga a los animales, ver los rollos de seda, oler las especias, deslumbrarnos por los brillos de los metales y las piedras preciosas.
Algún día, cuando termine toda esta locura del virus, cuando volvamos a salir a la calle, a abrazarnos, a tocarnos; asegúrate de que en tu próximo viaje visitarás un caravanserai. Toca sus paredes recordando los tiempos en los que las caravanas de camellos distribuían las mercancías e imagina, por un momento, que eres un verdadero viajero siguiendo la Ruta de la Seda.
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Kasia & Víctor
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Muy bien, pero muy genérico. Las fechas y los precios son muy importantes y, en general, no sé ofrecen.