Crónicas de Kirguistán (III) Tradiciones y ser mujer en Kirguistán
La abuela nos asusta un poco. Vale, nos asusta bastante. Con 80 años, 11 hijos criados, toda su vida perdida por las montañas de Kirguistán siguiendo a su marido pastor y cazador con águilas. Después de la muerte de su marido, a Aitbek y a su familia le toca hacerse cargo de ella. Las tradiciones kirguisas así lo dictan: el hijo varón más pequeño deberá ocuparse de los progenitores el día que ellos no se valgan por sí mismos. Y Aitbek respeta las tradiciones sin rechistar. Nunca sabremos si le gusta o no. Él no lo dirá. Desde hace muchos años sabía que llegaría este momento.
La abuela es la matriarca no sé si por derecho, porque es muy autoritaria o porque tiene a todos atemorizados. Ella decide todo. Cuando habla, nadie le discute solo asienten con la cabeza y siguen sus órdenes. ¿Así son las tradiciones? No lo sé pero, por si acaso, mantengo las distancias. A veces intentamos ayudarla con algunas de las tareas que aún hace. Dar de comer a las gallinas y a los pavos, curtir pieles, lavar la ropa (no sabe como funciona la lavadora), traer agua o cambiarle la tierra a las macetas. A sus ochenta años de dura vida sigue muy activa y me alegra verlo. Pienso que eso es mejor que estar sentada delante de la tele esperando a que llegue su final. Desafortunadamente es casi imposible comunicarse con ella. Ha pasado toda su vida en las montañas y los valles que rodean Issik-Kul y (durante la época soviética) nunca necesitó el ruso para comunicarse. Solo habla kirguiso y algunas palabras de ruso. Una pena ya que sería muy interesante conocer la historia de la región a través de sus vivencias. Tener una fuente de información sobre cómo era la vida de los pastores nómadas kirguisos enfrente y no tener la clave de acceso: el idioma kirguiso.
El modelo de familia kirguisa
En nuestro tercer día allí, llegaron las dos hijas de Aitbek. La mayor está en el primer año de universidad en Bishkek y la menor este mismo año termina el instituto en Bokonbaevo. Pasan el fin de semana limpiando y cocinando junto a su madre. El domingo por la tarde vuelven y la madre se va a Bishkek para someterse a una operación, ni siquiera sabe cuando volverá. Nos enteramos el mismo día y la idea de quedarnos solo con Aitbek y con la abuela nos da un poco de miedo.
El modelo de familia kirguisa es muy tradicional; nos dimos cuenta inmediatamente. Aunque “nuestra” familia se sale un poco de la norma. Quizás porque Aitbek es el único hombre en la casa, es muy tranquilo, servicial y no demuestra nunca que él es el macho alfa. De hecho es bastante callado y se dedica a sus animales sin informar a nadie de lo que hace en cada momento. Sin embargo, el modelo de familia kirguisa está ahí, escondido pero a la vista de todos. La comida se sirve cuando él se sienta a la mesa. Primero se sirve a la abuela y a él, luego a los invitados y, por último, si queda sitio en la mesa, la mujer puede sentarse. Incluso cuando yo entraba al salón o la cocina tanto la mujer como las hijas se levantaban inmediatamente por si a mí me apetecía sentarme exactamente en alguno de sus sitios. Da lo mismo si hay cuatro sillas libres o ninguna. Da lo mismo que les diga que no quiero sentarme. Ellas se levantan y se quedan de pie hasta que yo no tomo asiento.
Ser mujer en Kirguistán
Después de lo que acabas de leer, te preguntarás, como yo, qué será de las hijas. Una está en la universidad y la otra empieza el año que viene… ¿terminarán sus estudios? Y si lo hacen ¿trabajarán? Por lo que sé muchas de las pocas chicas que empiezan estudios universitarios, no los terminan. Antes se casan y se pasan el resto de su vida sirviendo a su marido y criando hijos con los que perpetuar esas costumbres (las niñas limpian, cocinan y sirven; los niños no hacen nada y dejan que les sirvan). ¿Qué harán ellas? ¿Continuarán con la tradición o entrarán al mundo laboral? Por lo que vi estando allí, desgraciadamente creo que no llegarán a trabajar fuera de casa.
Era evidente la preparación a la que madre y abuela sometían a las hijas. Vienen un fin de semana para trabajar. Limpiar ventanas, aspirar, cocinar como se hacía hace décadas. Ahora que están todas en casa se cocinan platos tradicionales desde cero. Incluso la pasta la hacen a mano porque la gran bolsa de pasta que compras en la ciudad es para el día a día. Hacer pan para toda una semana. Todo lo hacen usando los productos propios. Carne, leche y derivados, huevos directamente de sus propios animales. Patatas, cebollas, ajos y carlotas del huerto. La harina para el pan se la cambian a un vecino de un pueblo cercano por carne. De la ciudad de Bokonbaevo compran lo poco que necesitan que no les da ni la tierra ni los animales.
Gulnaz, la mujer de Aitbek aprendió todo de su madre y ahora entre ella y la abuela (que aprendió de su madre) adoctrinan a las hijas para que la tradición continúe, para cerrar el círculo hasta que llegue la siguiente generación. Entonces se abrirá para meter a la fuerza a otros miembros siempre de género femenino…
Estar aquí nos enseña a esperar. Es un curso para practicar la paciencia. No nos quejamos, queríamos experimentar este tipo de vida y lo hacemos pero, a veces, nuestra mente occidental gana la batalla. Los horarios de las comidas dependen de cuando Aitbek entra en casa y el horario de Aitbek lo dictan los animales. Cuando Gulnaz, las hijas (o Kasia cuando todas ellas se fueron) cocinaban, nunca se sabía a qué hora nos sentábamos a la mesa ni cuantas personas seríamos. Quizás se pasaba un sobrino que vive en Vladivostok (lo digo en serio), el hermano que vive en el pueblo de al lado o el vecino con la familia al completo… Aquí el trabajo de la mujer es invisible, no hace falta avisarle de que habrá visita porque la comida se prepara sola en un abrir y cerrar de ojos. En más de una ocasión la comida que se había preparado para cinco personas hubo que dividirla entre ocho (o más). Otras veces la comida que Kasia había dejado preparada para la cena desaparecía por la tarde con las visitas inesperadas. ¿Qué queda? Lo que siempre está encima de la mesa: pan con mermelada casera… muy bueno pero al cabo de dos semanas de lo mismo, cansa un poco.
La mujer en Kirguistán: modo “standby”
Para los hombres, la mujer en Kirguistán no trabaja. El trabajo de la mujer es ingrato, invisible. Ella no se queja, no descansa, siempre está en guardia, en modo “standby”. Ella es la última en sentarse a la mesa, siempre en el sitio más incómodo pero el más cercano a la cocina para traer todo lo que necesite el marido, el hermano, el hijo, el vecino… A veces aún no se ha sentado y ya está sirviendo otra taza de té. Da igual que el macho de turno tenga la tetera delante, él no la tocará. Si hay visita inesperada es muy probable que la mujer no llegue a probar lo que ella misma a cocinado y, si lo hace, siempre será la última en servirse y comerá con decenas de interrupciones para servir las correspondientes tazas de té. Nunca tendrán un gracias ni por favor ni ninguna palabra o gesto de aprobación. Es su obligación. Así les han adoctrinado desde pequeñas. Es la tradición. No se quejan porque ni siquiera contemplan que hay otra forma de hacer las cosas.
El día que me puse a sacar platos para poner la mesa, la mujer se quedó parada mirándome, ¿sorprendida? No, casi en estado de shock. Cuando me vieron ayudar a Kasia a fregar los platos me miraban como si fuera un ser de otro planeta. Da lo mismo que les explicáramos que en casa, en Varsovia, era yo quien fregaba siempre. Da lo mismo que dijéramos que a los dos (si yo también) nos gusta cocinar… por sus caras sabíamos que no lo entendían, escapaba a su visión del mundo, iba más allá de cualquier cosa que pudieran pensar. Un hombre ayudando en la cocina viene a ser como si una vaca se pusiera a correr y emprendiera el vuelo. En días posteriores cuando ayudaba a Kasia a cocinar, me iba a la cocina que tienen en el exterior por si al verme (por ejemplo) como manejo el cuchillo al picar cebolla, les daba algún ataque al corazón.
La mujer en Kirguistán ni siquiera puede estar enferma. Si no puede realizar sus tareas (que no son consideradas trabajo) es un síntoma de debilidad, de que no es una buena mujer ni esposa ni madre. Estando enferma tiene que seguir sirviendo a todos los “animales” con dos piernas de género masculino, incluidos los hijos sean de la edad que sean. Tiene que llevar pesadas cargas de agua, patatas o cualquier otro producto. Tiene que limpiar, hacer las camas, plegar pesadas mantas, cocinar… no puede (ni lo hará) pedir ayuda. Por suerte para la mujer, no es necesario poner buena cara ya que ellos ni tan siquiera verán que la mujer no se encuentra bien.
Lo más … (no sé cómo definirlo) fue un día que uno de los vecinos quería un té, al no haber mujeres en casa decidió hacerlo él mismo y ni siquiera sabía cómo encender el hervidor eléctrico.
El ritmo de las tradiciones
La tradición más arraigada en Kirguistán es el ritmo lento para hacer cualquier cosa. Ya escribí algunas palabras en la primera parte de estas Crónicas. Aquí las prisas no existen, salvo alguna excepción con la abuela y sus quehaceres, hay muchas cosas que hacer pero nadie se siente presionado. A los animales se les puede llevar a pastar a las seis de la mañana o a las ocho. Aunque todo gira en torno al ganado, hasta ellos saben que el momento de ir a comer o beber llegará… ¿se han acostumbrado? ¿Son los pastores los que siguen el ritmo de la naturaleza y los animales o los animales los que siguen el ritmo dictado por los pastores? El desayuno se sirve cuando los animales están pastando; la cena cuando están en los cobertizos.
Ahora es primavera pero por la noche las temperaturas bajan bastante porque estamos a 2.300 metros de altitud. Los animales aún están aquí ya que más arriba en las montañas es demasiado frío. El verano los animales lo pasarán en las montañas solos, eso quiere decir que aquí no habrá nada que hacer salvo regar el huerto y ocuparse de la casa.
No tenemos nada que hacer salvo esperar que crezca el pan para meterlo en el horno y sentarnos a mirar el paisaje plagado de animales pastando, manadas de caballos galopando, el gallo intentando seducir a algunas o a todas las gallinas. No tenemos ni idea sobre qué tendremos que hacer en las siguientes horas… ni mucho menos mañana o el resto de días que quedan de nuestra estancia. Ahora todo es paz, hasta la abuela nos mira y nos sonríe.
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Víctor
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