Crónicas de Kirguistán (IV y última) Nuestra casa, construyendo una yurta
A lo largo de las anteriores Crónicas de Kirguistán he contado muchas cosas sobre las dos semanas que pasamos en la granja pero aún no he escrito sobre como es la granja en si misma. Las diferentes construcciones, las yurtas donde duermen los turistas o la yurta donde nos alojamos durante nuestra estancia.
La granja
La “casa” de nuestro anfitrión Aitbek consta de varias construcciones y dependencias. La construcción principal es su casa. Pequeña, sencilla y funcional. Una pequeña cocina con comedor, el salón con una estufa/cocina de leña (aunque aquí apenas hay árboles y se usa estiércol seco de las vacas) y un largo sofá. Desde el salón se accede a tres diferentes habitaciones (una para la abuela, otra para Aitbek y su mujer y la última (aunque estaba en obras durante nuestra estancia) para las dos hijas. Justo al lado hay un gran establo a cielo abierto con diferentes “habitaciones” para las vacas y los caballos. Otra gran “habitación” cubierta solo para las ovejas ya que las cabras que tenía tiempo atrás las vendió porque estaba harto de tener que buscarlas por las montañas.
Por un lado cerca de la casa hay una gran cocina que usan para cuando tienen que cocinar grandes cantidades de comida gracias a grandes fuegos alimentados con el omnipresente estiércol. Por otro lado, también cerca de la casa, está el almacén y una despensa subterránea donde almacenan para el invierno las patatas, carlotas, cebollas y ajos que ellos mismos cultivan. Un poco más alejado hay una caseta de poco más de un metro cuadrado con el “inodoro” de toda la vida: un agujero en el suelo y poco más. Aún más alejado hay una bania aunque no tan lujosa como las soviéticas: paredes y suelo de cemento, bancos de madera y no voy a repetir que utilizan para alimentar el fuego para calentar el agua.
Más alejado al otro lado de todo lo anterior Aitbek construyó cuatro plataformas de cemento con bases de piedras donde plantar las yurtas para los turistas que vienen a pasar la noche. En una caseta hay un cuarto de baño completo: lavabo, váter occidental, ducha y lavadora. Todo alimentado por un calentador eléctrico y un depósito para 1000 litros de agua que se llena gracias al agua del deshielo que, en primavera y verano, corre cerca. Todo un lujo para los turistas (construido gracias al dinero que ellos aportan a la familia).
La yurta, nuestra casa
Pues sí, nuestra casa era una yurta. A nosotros también nos sorprendió. Pensábamos que dormiríamos en la casa pero, como he escrito antes, una de las habitaciones está en obras (yo estuve ayudando a construir el suelo). Cuando lo pensamos con calma, incluso lo preferimos así: tenemos nuestro espacio privado y estamos más cerca del baño.
Nuestra yurta es evidentemente redonda, tradicional. La estructura de madera que le da forma y los largos palos de madera que se unen a la pieza del techo tienen décadas, no se usan clavos sino tiras de cuero anudadas y todas las cuerdas están hechas con crines de caballo. Las telas que cubren el exterior de toda la estructura son de piel; algunas tan viejas y gastadas que han perdido la impermeabilidad por lo que se pueden ver (desde el interior) algunos trozos de plástico para prevenir las goteras. Todo el interior está cubierto por diferentes alfombras para aislar del frío y del viento. Los diferentes motivos y colores de las alfombras le dan un toque de decoración al igual que las borlas que cuelgan de cada una de las varas de madera que van hacia la pieza central del techo. Esta pieza tiene diferentes usos al poder cubrirla o destaparla mediante una pieza atada a largas cuerdas. Nosotros, durante el día, la usamos para airear la yurta, tener un poco de luz natural y cazar cada rayo de sol para calentarla para la fría noche. Muchos nómadas la usan como salida de humos ya que tienen una cocina/estufa en el interior.
A pesar de que estamos a mitad de primavera, las noches son muy frías. Cerramos la puerta de madera con su cubierta de piel lo mejor que podemos y dormimos bajo tres gruesas mantas. Dejamos la ropa al lado de la cama para poder vestirnos lo más rápido posible o, como Kasia, debajo de las mantas. Nuestro mayor miedo es tener que salir en mitad de la noche al baño. Las diferencias de temperaturas entre bajo las mantas dentro de la cama, dentro de la yurta y fuera de la yurta son bastante altas. Nos levantamos a las siete y no sé qué esfuerzo es mayor: el físico para levantar las tres gruesas y pesadas mantas o el psicológico para enfrentarse a la diferencia de temperatura entre dentro y fuera de la cama. A esa hora si hace sol se está mejor fuera que dentro de la yurta.
Aunque no te lo parezca, a pesar del frío y de las goteras que tuvimos una noche, nos gustó mucho dormir allí. Incluso Aitbek nos propuso dormir en su habitación mientras él dormía en el salón y lo rechazamos rotundamente.
Nuestro jardín
La “valla” de nuestro jardín está construida con montañas de casi 5000 metros. A nuestro alrededor solo se ven pastos con más de mil animales entre caballos, vacas y ovejas. Nos pasamos horas sentados fuera de la yurta solo mirando, hipnotizados, a nuestro alrededor. Nos quedamos embobados cada vez que una manada de caballos pasa al galope cerca de nosotros. Cuando llueve a nuestra altura, nieva en las montañas y comparamos la cantidad de nieve de nuestra “valla”. Controlamos si nuestras vacas y nuestros caballos están cerca o Aitbek tendrá que ir en su busca con prismáticos.
Las ovejas, a pesar de la cara de poca inteligencia, todos los días sobre las seis de la tarde, merodean alrededor de nuestra yurta a la espera de que Aitbek las conduzca al redil cubierto para pasar la noche. En esos momentos nos reímos de la cacofonía de balidos.
También, cuando el sol comienza a acercarse al horizonte, las vacas “mamá” vuelven poco a poco, a su ritmo, a dar de comer a sus pequeños que las llaman hambrientos con desesperados “muuuuuuuu”.
La abuela conduce a las gallinas y a los pavos con sus pequeños a sus “aposentos” para que pasen la noche sin temer a los depredadores.

Todo esto que a nosotros nos gusta y nos hipnotiza; es de lo más normal para Aitbek, su familia o los vecinos. Aún así creo que ellos ven en nuestros ojos la fascinación por lo que ellos llaman hogar.
Construyendo una yurta
A los pocos días de llegar Aitbek nos dijo que íbamos a construir una yurta porque venía un grupo de diez turistas y solo había una yurta con cinco camas y la nuestra que preparó con una cama doble especialmente para nosotros. Nos dijo que nos llevaría unas dos horas y pensamos que debido a su experiencia montando y desmontando yurtas toda su vida así sería… Nos llevó un día entero.
Dos días después del día señalado, empezamos temprano. Trajimos todos los elementos desde el almacén hasta los pies de la plataforma que serviría de suelo y llegó el primer descanso para tomar un té con el vecino que se había acercado a “ayudar”. Media hora después empezamos con las paredes: una rejilla de más de 100 años de antigüedad hecha de palos de madera unidos con tiras de cuero y la puerta recién comprada que se aseguramos con largas cintas y cuerdas de pelo de caballo.
El siguiente paso es el más duro y la razón por la que se necesita toda la ayuda posible. Mientras una persona, con un palo para levantar y dos cuerdas para nivelar, sube la gran pieza redonda de madera que será el respiradero y la parte más alta de la yurta, el resto va acoplando largos palos desde unos agujeros dispuestos para tal fin hasta la parte superior de la rejilla que conforma las paredes y asegurándolos con cuerdas. Es un proceso largo ya que hay que ir rectificando la posición constantemente para centrar la pieza superior, los palos fueron hechos a mano a la manera tradicional kirguisa y no son iguales al centímetro. El conjunto de todos estos elementos formará la base sobre la que descansará el peso de las pieles y telas de la yurta. Aquí no hay nada prefabricado chino aunque es posible conseguir yurtas hechas en China con plástico y aluminio que se montan como si fueran una tienda de campaña.
Cuando todo el “esqueleto” está montado, centrado y asegurado con mil y una cuerdas se cubren las paredes con unas esterillas de mimbre y empieza a forrarse con grandes telas o pieles para proteger la yurta de las inclemencias del tiempo. Una vez todo está en su sitio y atado a otros elementos se coloca la última pieza que cubrirá o descubrirá el respiradero superior y se llena el interior de alfombras y telas para un mayor aislamiento y, además, sirven de decoración.
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Víctor
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