Shiraz, la ciudad sin vino que dió nombre a un vino
Shiraz, la ciudad que todos los iraníes recomiendan y que casi todos los no iraníes desaconsejan visitar. Solemos evitar los lugares recomendados por todo el mundo y, especialmente por los locales pero nosotros teníamos que decidir por nosotros mismos, así que allá fuimos. Eso sí, en un confortable autobús VIP.
Fue un gran error y una pérdida de tiempo porque nuestra visita coincidió con la última semana del fin de año iraní, su fiesta más importante.
Shopping, el pasatiempo iraní
Como no pueden sentarse en una terraza y tomarse unas cañas o un vino de syrah mientras charlan, los miles de iraníes que no pasan las fiestas en casa con sus familias lo hacen andando por las calles llenas, principalmente, de tiendas de ropa de imitación y accesorios para el teléfono móvil aunque existen diversas calles especializadas en electrodomésticos, mantelería, bodas, etc…
Por eso, lo de pasear por la ciudad nos resultó imposible sin acabar pisoteados y llenos de morados en los brazos por las luchas encarnizadas para ver quien pasa antes por el hueco de palmo y medio que hay entre la demás gente. Volvíamos a la habitación exhaustos.
Algo hay en Shiraz
Como somos unos cabezotas, no nos rendimos: paseamos por el antiguo bazar de Vakil (nada del otro mundo después de Tabriz), vimos un antiguo fuerte portugués; normal si lo comparo con los castillos o los fuertes que hay por España pero, para ellos, diferente. Mareamos un poco por la ciudadela de Karim Jan, incluso, fuimos a la tumba de Hafez de Shiraz un poeta famoso del siglo XIV pero al llegar y ver la cantidad de gente que había y que teníamos que pagar entrada, decidimos que era una tontería pagar por ver el mausoleo de una persona de la que, hasta hace poco, desconocíamos su existencia. También fuimos a la mezquita Nasir-al-Molk por la mañana para ver la luz del sol entrando por las vidrieras de colores. Es la más famosa y también la más turística y tuvimos que compartir esos momentos con un pequeño grupo de chinos y su singular forma de comportarse.
Casi una secta
Tuvimos una interesante (en dos sentidos) visita al enorme mausoleo del rey de la luz, Aramgah-e Shah-e Cheragh. Al entrar nos asignaron dos guías para explicar todo el complejo, un hombre para mí y una mujer para Kasia, ya que las mezquitas tienen las zonas separadas por género. Las conversaciones con mi guía fueron muy interesantes porque, además de explicarme las diferentes zonas y construcciones, resultó estar muy interesado en otras creencias. A pesar, de mi ateísmo he leído la Biblia, el Corán y otros libros sagrados y he crecido en un país católico así que pudimos hablar de diferentes aspectos de diferentes religiones y éticas.
Kasia tuvo que ponerse un chador (tienda de campaña, literalmente) y la mujer que le hizo de guía resultó ser más rara que un perro verde. Se pasó todo el tiempo hablándole de la energía y la luz que desprendían las imágenes del rey de la luz y los hermanos de éste enterrados en el complejo o en éxtasis al borde de las lágrimas cuando contemplaba una simple fotografía.
Al terminar la visita nos ofrecieron té, galletas y unos folletos con algunos de los discursos del Imán y toda la propaganda sobre el funcionamiento del complejo; nos acompañaron hasta la salida para asegurarse de que no entrábamos en ningún sitio ni fotografiábamos nada sin estar ellos presentes.
Persépolis
Por supuesto una de las razones por las que queríamos ir a Shiraz eran las ruinas de la antigua capital del imperio persa: Persépolis (literalmente, la ciudad persa). Quedamos con otro par de viajeros que conocimos en el autobús y negociamos un buen precio con un taxista para que nos llevara hasta allí y viniera a por nosotros dos horas y media más tarde. Desgraciadamente somos humanos; Kasia y yo tuvimos una discusión como tiene cualquier pareja normal antes de entrar y no fui capaz de disfrutar y apreciar el lugar en el que me encontraba; es una espina clavada que nunca lograré quitarme. Y para sentirme un poco peor: no hice ni una sola fotografía.
Volvimos a Shiraz por la tarde, hablamos tranquilamente y arreglamos nuestras diferencias mientras emprendimos la misión imposible de encontrar algún lugar donde pasar la tarde con un café y hacer tiempo hasta las diez de la noche que teníamos el autobús para Bandar Abbas… Acabamos jugando al dómino sentados en el suelo de la estación de autobuses bajo las curiosas miradas de todo aquel que pasaba por nuestro lado.
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Víctor
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