Salen amigos de debajo de las piedras del desierto
Aunque ya habíamos visto Isfahán que según los iraníes es la mitad del mundo, seguíamos muy interesados en conocer la otra mitad empezando por el resto del gran territorio por el que se extiende Irán pero huyendo de los sitios de turismo masivo, por así llamarlos. Kasia se enfrascó en su querido Internet y descubrió una pequeña ciudad entre dos de los desiertos del país a la que sólo va algún que otro iraní de vez en cuando. Ya teníamos plan: nos íbamos a Varzaneh.
Todo el mundo es bueno en Varzaneh
Al día siguiente y sin la ayuda de nuestro CS en Isfahán con el cual no conectamos en absoluto, pillamos un taxi que nos llevó a una pequeña estación desde donde salen los minibuses hacia Varzaneh y después de esperar más de una hora a que el bús se llenara para ir como sardinas en lata, por fin nos pusimos en marcha.
Al llegar, pagué y el conductor me cobró tres billetes con la excusa de las mochilas y, a falta de un idioma en común, nos tocó aceptar el timo aunque traté de explicarle que habían personas con bastantes más bultos que nosotros; me hizo perder la paciencia y me bajé insultándole a gritos en todos los idiomas que conozco.
Nada más bajar se nos acercaron varias personas y les preguntamos por un hostal o pensión, una de ellas hizo una llamada y en pocos minutos estábamos en una camioneta de camino a una pensión. Nuestro conductor me ayudó a sacar las mochilas del coche no sin antes acariciarme lascivamente la cintura en dirección descendente. En esos momentos no estaba preparado para mi primer contacto homosexual y le miré con cara de pocos amigos haciéndole entender que si me volvía a tocar, tendría graves consecuencias.
Para colmo, la pensión estaba llena pero cuando se ofreció a llevarnos de vuelta, me miró y aceptó nuestra decisión de ir andando de regreso a donde nos había dejado el minibús. Justo al lado hay un gran parque, aseos y la promenada a lo largo del río; perfecto para acampar. Kasia se quedó en el parque con las mochilas y yo me fui a buscar un buen lugar, lejos de la carretera y lo más plano posible pero al volver me encontré a Kasia rodeada de niños sonrientes con miradas de curiosidad y otra vez más, aunque no me gusta, el fútbol (en este caso el Barça) fue el idioma clave para conseguir más sonrisas hasta que, de repente, desaparecieron todos para volver minutos después con unos bollos de chocolate con forma de corazón que habían comprado para regalarnos y los aceptamos con la condición de que fueran a cambio de un par de nuestras naranjas. Cuando pienso en todas las personas que piensan que Irán o, en general, los musulmanes son peligrosos me entran ganas de reírme a carcajadas. Al escribir estas líneas, se me pone la piel de gallina de la emoción y tengo que retener una lágrima de felicidad.
Noche en el desierto
Como era muy pronto cruzamos la calle para ir al único restaurante que se veía por los alrededores para comer algo y de ese modo no tener que cocinar para la cena ya que teníamos algo de pan y queso que nos serviría para aguantar hasta el día siguiente. El restaurante, como todos en Irán, resultó ser carísimo aunque se trataba de kebab ya que en Irán no te hacen los rollos con pan de pita sino que lo cocinan a la brasa en espadas que luego sirven acompañado con lavash.
Cuando nos disponíamos a salir se nos acercó el dueño del restaurante, le explicamos que era mucho dinero para nosotros y él nos obligó a sentarnos y nos sirvió dos grandes sopas que no nos dejó pagar de ninguna manera mientras nos repetía una y otra vez que éramos bienvenidos a su país. Mientras comíamos se nos acercó un chico que hablaba inglés por si necesitábamos ayuda, hablamos un rato y nos contó que era de Teherán pero estaba de fin de semana en la ciudad con unos amigos.
Después de la comida-cena sorpresa nos fuimos al rio para hacer tiempo hasta el anochecer y observar a la gente de pic-nic en el césped. Inmediatamente una gran familia que estaba a nuestro lado nos dio la bienvenida a su país y nos hicieron señas para compartir la comida con ellos, le explicamos que acabábamos de comer y solo queríamos disfrutar del atardecer en el parque con vistas al rio al igual que ellos.
Al cabo de unos minutos aparecieron nuestros amigos de Teherán y, para nuestra sorpresa (es algo a lo que nunca te acostumbras) nos dijeron que no íbamos a dormir en la calle porque ellos tienen un piso alquilado donde podemos dormir. Además tenían planeado ir al desierto para ver las estrellas o sea que dos de ellos nos llevaron a su casa alquilada para dejar las mochilas y desde allí al desierto; nos quedamos nosotros con uno de ellos y el otro volvió a la ciudad a por los otros tres amigos que componían su grupo para venir de nuevo al desierto.
Estuvimos viendo las estrellas, pasando frío, riéndonos y hablando de las semejanzas y las diferencias entre Irán, nuestros países de origen y los países que hemos visitado. Para volver nos metimos los siete (Ali, Said, Payan, Saba, Sama, Kasia y yo) en el coche ya que a esas horas la policía no trabaja o no ve nada que pueda hacerle trabajar. Compramos cena y desayuno y seguimos charlando unas cuantas horas sobre mil cosas antes de irnos a dormir.
Al día siguiente por la mañana nos propusieron pasar el resto del día con ellos hasta que volvieran a Teherán pero nos pareció demasiado porque, como siempre, no quisieron aceptar nada de dinero, ni por dormir ni por la cena y el desayuno. Nos despedimos una vez más de unas personas dispuestas a ofrecer todo y a abrirnos las puertas de su casa a pesar de no conocernos de nada. Solo nos llevaron a la carretera de salida de la ciudad donde queríamos hacer auto-stop para llegar a Na´in.
Improvisada visita a Na´in
Fue muy fácil que un coche parara para llevarnos. Como escribió Kasia: lo primero que oímos fue «Thank you for visiting Varzaneh and welcome to Iran, how can I help you?” Se ofreció a llevarnos hasta la salida de la ciudad para hacer auto-stop hasta Na´in pero antes deberíamos comer algo y descansar un rato en su casa; tuvimos que explicarle un par de veces que hacía menos de una hora que nos habíamos levantado y desayunado. A regañadientes nos dejó donde le pedimos: una rotonda en mitad del desierto donde se separan las carreteras. Esta vez no fue fácil parar un coche; principalmente porque no había ni uno, pero a la media hora empezaron a aparecer en el horizonte algunos vehículos y pronto estuvimos a bordo de uno de ellos.
Nuestro chófer, Mohammad y su amigo (no me acuerdo de su nombre y además no sabía ni una sola palabra en inglés) volvían de comprar un cargamento de frutos secos de Varzaneh a Isfahán donde tienen una tienda. Nos llevaron a Na´in, nos hicieron un recorrido turístico por la nueva mezquita y por unas ruinas de más de mil años de lo que se considera (como en cada ciudad) la mezquita más antigua de Irán.
Como a esas horas ya no había autobuses para Yazd, empezaron a preguntar como podíamos llegar hasta allí. Kasia y yo nos mirábamos asustados por si decidían posponer sus obligaciones para llevarnos pero consiguieron que alguien les dijera que en la carretera principal paraban los autobuses que vienen desde Teherán. Nos llevaron hasta la lejana carretera y esperaron hasta que llegó el autobús para hablar con el conductor y asegurarse que teníamos asientos.
También tuvimos invitación a su casa en Isfahán pero, desgraciadamente veníamos de allí y el visado de treinta días nos limitaba bastante en un país tan grande. Días después, mientras estábamos en Yazd haciendo planes, aún seguía haciendo hincapié en que éramos bienvenidos a su casa en Isfahán para pasar Nouruz, el año nuevo iraní que coincide con el equinoccio de primavera y que esta vez daba la bienvenida al año 1395.
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Víctor
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