¿Qué hacer en Huangshan si no vas a ver las Montañas Amarillas?
Nuestra siguiente parada fue la antigua ciudad de Tunxi, hoy llamada Huangshan; literalmente montaña amarilla ya que en ella se encuentran las montañas Huang (amarillas). La visita a las montañas cuesta más de cuarenta dólares por persona más varios telecabinas que cuestan entre cinco y diez dólares cada uno aunque se puede hacer algunas de las subidas a pie.
Renunciamos a las montañas porque era demasiado dinero para nuestro presupuesto y, además, había que incluir que teníamos que compartir la visita con cientos de autobuses repletos de turistas chinos. Nos decidimos por visitar el casco antiguo que no tiene nada de antiguo. Repleto de restaurantes, tiendas de té y lo que más le gusta a los chinos: miles de pulseras, llaveros, figuritas y todas las baratijas que os podáis imaginar y que encontraréis en cualquier tienda de chinos (sucesoras de los todo a 100) de las que hay por España.
La vida en los pueblos
Para ver cómo es la vida en los pueblos, dejamos de lado los más turísticos (Hongcun y Xidi) y fuimos a visitar, con la idea de pasar la noche de acampada, el menos conocido Yuliang. Empezamos con un autobús local que nos llevó a Shexian y, sin hacer caso a los taxistas que nos aseguraban que no había autobús para llegar a Yuliang, empezamos a intentar hacernos entender por dos jóvenes que estaban en la supuesta parada. Digo supuesta porque resultó que no era la correcta y los dos jóvenes se ofrecieron a acompañarnos a la parada correcta y nos escribieron algunas explicaciones en chino para poder mostrar al conductor del autobús.
El antiguo pueblo de Yuliang se encuentra dentro de la misma ciudad de Shexian y ocupa una parte del margen de un río. Al otro lado hay algunas casas, campos de cultivo y el resto del terreno es muy inclinado; así que nos olvidamos inmediatamente de nuestra noche de acampada.
Según nuestra información, Yuliang debería estar vacío y así fue con la excepción de un pequeño grupo de turistas chinos que nos cruzamos. Paseamos por sus calles mirando todas las casas que no habían sido restauradas que, afortunadamente, son la inmensa mayoría. Hoy en día muchos de sus habitantes son agricultores y sólo unos pocos tienen negocios dedicados a los escasos turistas que pasan por allí. No hay decoraciones en las fachadas sino ropa tendida; no hay intentos de venderte nada sino saludos; no hay que pagar para ver “el templo con su pequeño museo” sino sonrisas de los que nos ven entrar en él.
Llegamos a sentirnos como espías mirando los interiores de las casas a través de las puertas y ventanas abiertas.
Estereotipos a la basura
Siempre hemos oido que los chinos no son amables y que te dan la espalda cuando les hablas en inglés y ellos no son capaces de hablarlo pero desde que estamos en este país hemos recibido ayuda de muchas personas. Por su parte a costa de un gran esfuerzo de comprensión, de muchas señas y gestos y alguna vez a través del teléfono con algún conocido que habla un poco de inglés.
Ese mismo día tuvimos un par de ejemplos. El primero fue el acompañamiento de los dos jóvenes de la parada del autobús y todas las indicaciones en chino y el segundo fue a la hora de volver en autobús.
Sabíamos en que calle estaba la parada pero la única forma de llegar al lado correcto era a través de un largo puente. Veíamos la parada bajo nuestros pies pero no la forma de llegar. Vimos una pequeña caseta de la policía y Kasia fue a preguntar y un joven policía que no hablaba ni una palabra de inglés salió, cerró con llave y nos instó a que le siguiéramos. Diez minutos después estuvimos delante de nuestra parada pero el policía aún esperó para parar el autobús correcto y asegurarse de que no nos cobraban de más. En el último momento nos hicimos una selfie.
Aún no tengo claro si China ha cambiado tanto o nosotros tenemos la buena suerte de encontrarnos sólo a personas dispuestas a ayudarnos sea como sea.
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Víctor
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