Montañas y más montañas por Armenia
Siguiendo los consejos de Josephine, nuestra anfitriona en Vanadzor, salimos de Ereván en marshrutka hasta un punto estratégico para hacer auto-stop en dirección a Yeghegnadzor, sólo tenemos por un caminito de tierra unos seiscientos metros hasta la autopista que va en esa dirección. Localizamos dicha autopista, le damos el alto al conductor, bajamos, nos ponemos las mochilas y al levantar la vista… el monte Ararat con sus 5137 metros de altitud. Aunque es la montaña más importante para el pueblo armenio, hoy en día está al otro lado de una frontera imposible de cruzar que pertenece a la musulmana Turquía y, de guinda: según la Biblia, en el pico de su cumbre fue donde encalló el Arca de Noé después del diluvio.
En pocos minutos estábamos «sentados» en un pequeño Lada, después de hacer sitio entre decenas de cajas vacías de manzanas. A una velocidad de vértigo para un coche tan pequeño, Kasia hacía equilibrios en el asiento del pasajero y yo igual pero sobre mi mochila ya que no había asientos traseros. En pocos minutos nos dejó en Yeghegnadzor y en menos tiempo estábamos a bordo de un moderno camión cuyo conductor estaba empeñado en llevarnos hasta Goris donde vivía; le convencimos para que nos dejara en el cruce hacia Tatev porque queríamos subir en un telecabina para ver un monasterio y acampar allí. Empezamos a subir y subir en zigzag rodeados de montañas nevadas hasta que cruzamos uno de los puertos más famosos: Vorotan a más de 2300 metros.
Desde el cruce a Tatev un coche nos llevó hasta el pueblo y nos propuso llevarnos hasta el telecabina si le pagábamos. Le dimos las gracias por llevarnos hasta allí y rechazamos su intento de negocio a nuestra costa. Empezamos a caminar intentando parar algún coche pero como estábamos dentro del pequeño pueblo era imposible porque nadie iba fuera hasta que oímos un viejo autobús de los años sesenta que paró a nuestro lado y casi nos obligaron a subir. El autobús, sin asientos, era propiedad de dos hombres que se dedican a vender patatas; gracias al ruso de Kasia, entendimos que volvían a su ciudad después de haber hecho un buen negocio (autobús vacío) y también querían subir a ver el monasterio.
Nada más llegar al aparcamiento del telecabina tres o cuatro guardias de seguridad empiezan a quejarse de que estamos mal aparcados aunque no hay nadie más salvo nosotros; nos dicen que está cerrado y al preguntarles si podemos acampar allí para subir al día siguiente por la mañana nos contestan con un rotundo y poco amistoso “No” sin darnos explicación alguna pero gracias a nuestros amables vendedores de patatas volvemos al punto donde nos dejó el camión y rodeados de algunos perros cenamos “unas sopas chinas” y un poco de pan. Por supuesto Kasia eligió al animal más necesitado: una perra negra, muy delgada, con miedo de las personas y con los restos de una cuerda a modo de collar.
Después de darle un poco de pan con mantequilla pudimos acercarnos lo suficiente para cortarle los restos de la cuerda y acariciarla mientras ella nos lo agradecía lamiendo nuestras manos. Montamos la tienda lo más alejados de la carretera y nos hibernamos pronto ya que a más de 1800 metros la temperatura baja considerablemente en cuanto el sol se esconde. Al despertarnos y salir de la tienda de campaña, lo primero que vimos fue a nuestra nueva amiga de cuatro patas que nos daba los buenos días moviendo la cola y dejándose acariciar después de dormir toda la noche al lado de nuestra tienda. Desayunamos (nosotros y la perra) y en pocos minutos subíamos (sólo nosotros) a un pequeño camión que, a unos 30 kilómetros por hora, nos llevó hasta Goris donde después de andar durante unos cientos de metros e intentar infructuosamente parar algún coche que no fuera un taxi, nos adelantó un camión que paró y nos invitó a ir con él hasta la frontera iraní. Subimos y le explicamos que queríamos llegar hasta Meghri y al día siguiente cruzar a Irán porque nuestro primer anfitrión en Irán no nos podía acoger hasta el día 28 porque dos días antes habían elecciones y podían haber algunos problemas con la policia.
Y así fue, después de todo el día, con una parada para café y otra de más de una hora para arreglar el cambio de marchas del camión nos dejó en el centro de Meghri donde buscamos el único y caro hostal que había, nos compramos un par de cervezas y celebramos nuestra despedida de tierras armenias (y del alcohol) en el pequeño balcón de nuestra gigantesca habitación. Al día siguiente al lado de un montón de taxistas y después de casi media hora paró, como siempre, un Lada que nos llevó unos quince kilómetros hasta Agarak donde se encuentra la frontera con Irán.
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Víctor
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