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Mardin

Mardin: kurdas, pizza y autostop | Turquía del este

Ante la pregunta ¿qué planes tenéis para mañana? de nuestras anfitrionas en Mardin, nos miramos sin disimulos y contestamos al unísono: ninguno… y entonces llega la explicación. Mañana quieren hacer autostop unos 70 kilómetros hasta un pequeño pueblo llamado Elbegendi para comer en una famosa pizzería… así de «sensatas» son nuestra anfitriona y su prima, dos kurdas que nos abrieron las puertas de sus casas, su cultura y su gastronomía.

¿Qué ver en Mardin?

Mardin es una ciudad mayoritariamente kurda situada en la frontera entre Turquía y Siria. La ciudad fortaleza está coronada por el castillo y desde sus murallas el resto de las construcciones se escalonan por la ladera hasta llegar a un árido desierto de unos 20 kilómetros que la separan del país vecino. Hoy día nadie cruza por aquí, primero porque hay carreteras que siguen otra ruta y, segundo, porque hay guardias fronterizos a ambos lados encargados de no dejar pasar a nadie.

Mardin queda fuera de los circuitos turísticos convencionales. Aunque cada año que pasa recibe más visitantes, la mayoría son foráneos. Todos estos foráneos se comprimen en la arteria principal del casco antiguo, la calle Cumhuriyet. Decenas de tiendas de souvenirs, frutos secos, té y los jabones que hicieron famosa a esta ciudad. La verdad es que poco hay de interesante en esta calle aparte de ver el comportamiento de los turistas nacionales y sus impulsivos hábitos de acecho, no-negociación y compra.

A un lado de esta arteria suben por la ladera, alineadas casi paralelas, las casas construidas de piedra calcárea con un tono tostado característico de las canteras cercanas. Para salvar el desnivel de las laderas hay escaleras y unos túneles llamados abbara y, además, ahorran unos cuantos rodeos para ir de un lugar a otro de la colina. Vagabundeando por las estrechas y empinadas calles se pueden ver pequeñas plazas donde los niños juegan con una pelota y, también, algunas casas transformadas en hoteles o restaurantes donde (empeñando un riñón) se puede disfrutar de un café o una simple taza de té a veces con buenas vistas al desierto o a la fortaleza allá en lo alto.

Al otro lado se esparce el verdadero bazar de la ciudad. Quizás no al principio, ya que está muy cerca del camino seguido por el turista comprador compulsivo, pero a medida que te adentras se esparcen los puestos de fruta y verdura, de tabaco, de especias, de pescado, de carne, el olor de los hornos de barro con pan recién horneado a todas horas. Artesanos que tejen alfombras o que trabajan in-situ el cobre, el latón, la madera o la cerámica. Todo parece caótico, pero no lo es, no desde su punto de vista. Ellos saben perfectamente por donde entrar para llegar al puesto concreto en el que quieren comprar; nosotros nos perdimos un par de veces, aunque hay que tener en cuenta que ese era uno de nuestros propósitos.

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Mardin para nosotros

Empecemos por el principio, nuestra llegada. Aunque quedamos en Mardin, nuestra anfitriona vive a unos pocos kilómetros, en Kiziltepe. Aquí casi todos visten las ropas tradicionales kurdas, hombres y mujeres, y casi todos ellos nos miran con curiosidad… quizás hayan visto antes a algún extranjero por Mardin, pero nunca por sus calles mochilas al hombro.

En casa espera la hermana entregada a prepararnos una cena tradicional kurda. Saludos, presentaciones, mantel al suelo y nos sentamos alrededor a comer mientras charlamos animadamente. Tenemos mil preguntas y ellas también: quieren saber todo lo posible de los kurdos en Irán y les contamos todo lo que podemos mientras vemos la envidia en sus ojos… no, porque nosotros hayamos estado allí sino porque en tierras iraníes los kurdos tienen su propia región donde son libres de practicar su religión, sus tradiciones y de aprender el idioma kurdo en las escuelas; en las escuelas del Kurdistán turco no aprenden kurdo.

Al día siguiente desayunamos sentados en el suelo, alrededor del mantel que hace de mesa en esta fascinante cultura, falafel, ensalada y unas cuantas tazas de té kurdo (mucho más fuerte y áspero que el turco). Autobús urbano hasta Mardin y empezamos a levantar el pulgar. Diez minutos después estamos los cuatro (nuestra anfitriona, su prima y nosotros dos) a bordo de un camión que nos saca del núcleo urbano de Mardin.

Cuatro transportes después llegamos a nuestro destino. Por el camino, a veces, vemos coches, furgonetas y pequeños camiones cargados con todos los enseres que han podido llevarse sus dueños… huyen de las bombas que el ejército, siguiendo órdenes del presidente turco, está lanzando en la frontera siria. Una familia y toda su vida resumida y empaquetada para llevar al exilio por culpa de un estúpido fanático empeñado en acabar con el pueblo kurdo. En uno de nuestros cambios de transporte una furgoneta hace un descanso: un hombre con el semblante arrugado de preocupación ¿angustia? ¿miedo? ¿impotencia? ¿todas ellas juntas? la mujer simplemente llora; los niños están en el interior del vehículo y no podemos verlos. Nuestras compañeras de excursión se acercan a conversar: vienen de un pequeño pueblo sirio y se dirigen a casa de unos familiares con la esperanza de que puedan acogerles y, pasado un tiempo volver. ¿Dónde volver? ¿Quedará algo de su casa, de su barrio, de su ciudad?

Elbegendi, un pueblo de sirios

Elbegendi, el pueblo en cuestión para nuestra aventura en autostop es un claro y fascinante ejemplo de emprendimiento. Abandonado durante décadas; rehabilitado y repoblado por un grupo de sirios que, hace años, emigraron a Alemania e Italia. Decidieron volver a su antiguo pueblo, al pueblo de sus antepasados y empezar una nueva vida gracias al dinero ganado y ahorrado en el exilio centroeuropeo.

Elbegendi consta de unas veinte casas unifamiliares de dos o tres plantas, recién construidas. Cada una con su pequeño terreno, quizás (con mucho esfuerzo) jardín y lugar para aparcar sus vehículos. Como están en mitad de un desierto y disponen de espacio, respetaron algunos restos de construcciones antiguas, iglesias protestantes y pozos ya en desuso. El eje de la vida aquí es la Kafro´s Pizzeria que emplea a la mayoría de sus habitantes y que cada día atrae a cientos de persona de los alrededores que vienen únicamente para comerse una pizza hecha por sirios que vivieron en Italia. Les entiendo porque las pizzas estaban realmente deliciosas.

Conseguimos volver a Mardin en solo un par de vehículos ya entrada la tarde y después de unas horas bebiendo té y charlando y sin cenar (ninguno tenía hambre) nos fuimos a dormir. Al día siguiente nos tocaba perdernos por la ciudad vieja de Mardin y para Kasia su primer baño en un hamman, pero esa es su historia. 

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Víctor

Atípico español, que no aguanta los toros, el fútbol, el flamenco y el calor. Le encanta el invierno y la cerveza fría. Profesor de español de vocación. Un cabezota que siempre tiene su opinión. Manitas comparable a MacGyver, con cinta, cuerda y un cuchillo arregla casi todo y con pegamento, todo. Cuando coge un libro, el mundo no existe. Bueno, lo mismo pasa si se pone a acariciar a perros y gatos. Se levanta y se despierta al mismo tiempo. Vamos, un tipo majo 😀

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