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Una experiencia obligatoria en Japón: dormir en un ryokan con onsen

No sé cómo empezar. Suelo empezar el post por la situación más impactante pero qué pasa cuando todo lo que ocurrió fue impactante. ¿Por dónde empezar entonces? ¿Desde el principio? No, es muy aburrido, lineal. ¿El auto-stop que nos llevó hasta allí? No, quizás no somos los primeros a los que el coche que los lleva, les deja en la misma puerta de su lugar de destino. ¿La nieve que no habíamos pisado en dos años? Tampoco porque seguro que más de un compatriota mío no la ha visto en la vida. ¿La habitación del ryokan con sus futones? ¿El ryokan mismo construido en madera con suelos de tatami? ¿Los onsen? Sí, los onsen, en plural: el público separado por sexos, el privado interior, el privado exterior y el que teníamos en la pequeña terraza de nuestra habitación. ¿Los kimonos que tienen en la habitación? ¿La deliciosa ternera hida para la cena? ¿O la toda ella deliciosa cena? ¿Quizás el desayuno igualmente delicioso? Sigo sin tener ni idea. Lo único que tengo claro es que es una experiencia obligatoria en Japón. ¿Cómo lo harías tú? ¿Por dónde empezarías?

El pueblo de Hirayu-Onsen

En la zona de Okuhida y concretamente en el pueblo de Hirayu-Onsen hay decenas de alojamientos con onsen privado o cerca de uno público. Después de muchas horas delante de la pantalla buscando y comparando nos decantamos por el Kazeya Ryokan que está a veinte minutos en autobús (el mismo que llega hasta Hirayu-Onsen) más allá del pueblo. Ya que pagábamos un montón de dinero de nuestros bolsillos y nos permitíamos el lujo (porque esto no es un post patrocinado), queríamos privacidad. No queríamos estar rodeados ni de turistas locales ni de extranjeros.

Ya sabrás cómo llegamos. Ya sabrás que era muy temprano así que nos fuimos a pisar la nieve que no veíamos desde hacía más de dos años. Ya sabrás que todo el ryokan está construido o cubierto de madera. Los suelos cubiertos de tatami a la manera tradicional excepto la zona “sucia” de la entrada donde te descalzas y te dan unos pequeños zuecos en el caso de que no quieras pasear descalzo. Volvimos un poco antes de la hora del check-in y el encargado nos acompañó en una visita para ver las instalaciones.

Kazeya Ryokan

El edificio visto desde fuera no es más que una gran casa de madera pero al entrar, la visión cambia. Desde la zona “sucia” se abre un gran espacio. Cómodos sillones y sofás para esperar cerca del mostrador de recepción y una gran sala con un lugar para hacer fuego. Un ancho pasillo con calefacción en los suelos de tatami pasa por delante del comedor, del acceso a las habitaciones y por una biblioteca equipada con cómodas tumbonas, una gran mesa con sillas y sillones repartidos por la estancia; las paredes cubiertas de estanterías tienen libros y revistas (la mayoría en japonés). Al final del pasillo están los onsens privados. El encargado nos explica que no es necesario reservar, en la pared antes de la puerta de acceso están las llaves colgando (si están las llaves está libre; si no están, está ocupado). Al acceder a la zona de onsen hay cuartos de baños y duchas pero los vestuarios son la última estancia antes de entrar o salir si vas al onsen exterior. Varias lejas con cestas para dejar tus pertenencias (ropa incluida) y un par de sillas.

La habitación del ryokan

Al igual que en Matsumoto el baño está dividido: ducha y lavabo en un lado y una pequeña habitación con el báter, eso si, con calefacción en la tabla, diferentes chorritos para limpiarse (también con temperatura regulable) y música para disimular esos “vergonzosos” ruidos que todo hijo de vecino hace pero que los japoneses se empeñan en ocultar. Un gran espacio abierto con un gran futón en el suelo de tatami como elemento principal. Más allá un mesa baja con sillas sin patas y todo lo necesario para prepararse un té a la manera tradicional. Una de las paredes amueblada para guardar (si se quiere) los futones durante el día y para exponer cuadros y otras decoraciones. Y un pequeño armario donde hay unos kimonos. En nuestro pequeño patio un onsen solo para nosotros se está llenando.

El encargado nos explica que tardará unas dos horas en llenarse y que probemos algunos (o todos) de los otros onsens. Al irse, nos ponemos los kimonos para reírnos un poco y hacer algunas fotografías; son tan cómodos que nos vamos al onsen privado con ellos puestos.     

Los onsens 

Evidentemente con toda la elección que tenemos, no vamos a los públicos separados por sexos. Nos decidimos por el onsen exterior ya que aún es de día y no hace mucho frío. Cuando se vaya el sol, probaremos el onsen interior.

Venimos bien duchados de la habitación así que nos desnudamos, dejamos los kimonos en una de las cestas de mimbre y salimos. La temperatura no es para estar como llegamos al mundo pero nos resulta imposible entrar rápido en el agua que está por encima de los 40 grados. Poco a poco, sufriendo y gimiendo vamos sumergiéndonos hasta quedar sentados con el agua al cuello. Nos sentimos como si nos cocinaran. Nuestra presión sanguínea baja alarmantemente; sabemos que hay gente que se marea. Salimos un poco del agua para notar el frío ambiente y de nuevo nos sumergimos. No tengo claro cuantas veces hay que hacerlo porque los japoneses se pueden pasar horas así. Nosotros estuvimos unos 40 minutos y después de la tercera “inmersión” salimos casi arrastrándonos a la misma altura que nuestras presiones sanguíneas. Nos secamos rápido, nos vestimos y nos desplomamos al llegar a la habitación.

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Onsen privado exterior

Personalmente prefiero el café al té. Después de un buen descanso, un par de cafés y la presión a nivel más aceptable, nos pusimos los kimonos y nos fuimos directos a otra sesión de baño. Ya había anochecido y la temperatura exterior dirigió nuestros pasos hacia el onsen interior. Gracias a la temperatura del agua, el ambiente es como una sauna seca. Aquí fuimos mucho más despacio introduciéndonos en el agua. A pesar de ser interior, la sensación al salir del agua sigue siendo refrescante pero tampoco aguantamos más de 45 minutos. Exhaustos o relajados (no sabría definirlo) nos arrastramos a la habitación a la espera de que nos llamaran para la cena.

La cena en un ryokan

No sé si por los baños calientes, por las emociones del día o porque estábamos ansiosos por la cena pero estábamos hambrientos. Al sonar el teléfono avisando que la cena estaba lista, nosotros también lo estábamos. Nos pusimos unas chaquetas de lana encima de los kimonos y nos dirigimos al comedor.

Aunque había otros huéspedes, gracias a las puertas correderas nos hicieron una sala solo para nosotros. Si necesitábamos algo del camarero, solo teníamos que pulsar un timbre dispuesto a un lado. La mesa decorada con flores estaba preparada y algunos platos ya nos esperaban. Diferentes sashimis, wasabi, bolas de pescado, verduras al vapor y un hot-pot con varios tipos de setas. Mientras devorábamos llegaron los platos principales: pollo y ternera de hida (la famosa hida beef) ambas carnes con salsa teriyaki. Ambas carnes estaban en su punto. Se deshacían en la boca atacando sin tregua nuestros paladares. ¿La cena perfecta para terminar un día perfecto? No, aún no había terminado el día. A las diez de la noche nos atrevimos, a pesar del frío, a salir a nuestro onsen privado para una última sesión de baño contemplando la luna llena. Eso si fue el final de un día perfecto.

La cena perfecta

El desayuno en un ryokan

Como no habíamos tenido suficientes baños, nos pusimos el despertador muy temprano para despedirnos de nuestro onsen privado con otra inmersión aunque estuviera lloviendo. Tristes, dejamos las mochilas preparadas y ya vestidos con nuestra ropa, bajamos a desayunar cuando nos avisaron por teléfono.

De nuevo “nuestra” mesa estaba preparada con toda una selección de platos. Un bol con arroz, diferentes verduras frías cocinadas al vapor, algas, tortilla, pastas y salsas, un hot-pot con otros tipos de setas y una sopa de miso con mejillones. Evidente y absolutamente todo estaba delicioso. No nos chupamos los dedos porque comíamos con palillos. 

ryokan

Nos hubiera gustado quedarnos hasta la hora del check-out (quizás otro baño) pero decidimos que por esta vez era suficiente y queríamos aprovechar el autobús que pasaba a las diez en dirección a Takayama, nuestro siguiente destino.

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Víctor

Atípico español, que no aguanta los toros, el fútbol, el flamenco y el calor. Le encanta el invierno y la cerveza fría. Profesor de español de vocación. Un cabezota que siempre tiene su opinión. Manitas comparable a MacGyver, con cinta, cuerda y un cuchillo arregla casi todo y con pegamento, todo. Cuando coge un libro, el mundo no existe. Bueno, lo mismo pasa si se pone a acariciar a perros y gatos. Se levanta y se despierta al mismo tiempo. Vamos, un tipo majo 😀

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