Impresiones rumanas
Abandonamos Chernivtsi con un clima cálido a nuestras espaldas y uno mejor por delante. En los 45 kilómetros que tenemos hasta Rumanía los campos, aunque preparados para el invierno, se ven más fértiles y los habitantes de la zona fronteriza se ven más alegres. Hay incluso grandes casas nuevas de gente con más poder adquisitivo. Al cruzar la frontera todo cambia. Solo hay pueblos y más pueblos, uno seguido de otro, no hay bosques para acampar.
Preguntamos en tres sitios para acampar en su terreno y la respuesta es negativa. Agotados, desilusionados con la gente, al borde del atardecer y después de más de 90 kilómetros encontramos un pequeño camino que se aleja de la carretera principal y se acerca a un grupo de árboles y, por fin, podemos dar el día por terminado.
Con el campamento montado y preparando la cena se nos acerca un pastor de ovejas que hemos visto y saludado antes de meternos entre los árboles. Nos saluda y empieza a hablar en una jerga incomprensible y entendemos que quiere dinero pero no es así, nos pide comida o dinero para comida. Desgraciadamente no tenemos dinero rumano y necesitamos el arroz que será nuestra cena pero le damos una manzana que llevamos.
Por la noche, cenados y con un chupito de licor hablamos de las primeras impresiones de este país y no son buenas. Todo nos parece pobre, sucio y triste. Lleno de perros hambrientos, muchos de ellos enfermos que la gente ignora por completo al igual que a nosotros. La «conversación» con el pastor tampoco contribuye a tener una buena opinión. Eso sí, por la mañana, el pastor vuelve para decirnos adiós y desearnos buen viaje o eso quiero creer.
Nuestro segundo día mejora por los paisajes que nos encontramos aunque muchos de ellos son prados creados por el hombre no dejan de ser bonitos mirados desde la distancia. Lo malo son los coches, que nos pasan a menos de un metro (a veces a bastante menos) y con los camiones, la sensación de peligro aumenta ya que nos hacen perder el equilibrio en las mil y una subidas y casi nos sacan de la carretera. Pasamos por una ciudad, Botoșani, pero aparenta el mismo abandono y suciedad que nos hemos encontrado en los pueblos, excepto en un centro comercial donde entramos a comprar una tarjeta para el móvil y buscar en Internet algún alojamiento o bosque cercano para el final del día: parece que hay un par de pensiones a unos 70 kilómetros de donde empezamos el día.
Llegados los 70 kilómetros resulta que las pensiones cerraron hace tiempo pero vemos un cartel de algo que parece un hotel así que empujamos las bicicletas por una carretera con un desnivel bastante pronunciado para finalizar el día y llegamos a un palacio (Polizu Manor) que hoy en día es un hotel, pero más destinado a grandes celebraciones y banquetes, donde nos piden 80 euros por noche aunque al final nos ofrecen por 50 euros sigue siendo mucho para nuestro presupuesto. Desesperados preguntamos a la recepcionista si sería posible acampar en los jardines y después de decirnos que es la primera vez que le hacen esa pregunta, acepta; incluso nos llena todas las botellas de agua y el termo de agua hirviendo. Noche perfecta, buen clima que nos permite cenar y descansar en unas mesas y sillas en la terraza techada (apoyar la espalda en una silla es un lujo que no tenemos siempre) antes de ir a la nuestra tienda a dormir.
Por la mañana viene la chica que nos atendió ayer junto con su pareja (Silvia y Radu) y hablando nos enteramos de que no trabajan allí sino que es suyo y él es el chef del restaurante. Les damos las gracias y partimos hacia Iași donde nos espera un warmshowers. Decidimos coger la carretera principal. Mucho tráfico pero por suerte es de dos carriles para cada dirección y significa que tenemos uno para nosotros; aún teniendo otro carril para adelantar, algunos conductores nos pasan a escasos centímetros. No sé si es la perspectiva de que nos espera una casa o que la carretera es prácticamente lisa pero, con parada para comer incluída, tardamos menos de cinco horas en hacer 75 kilómetros. Allí nos esperan Catalin, Stefana y su gato Almos para ayudarnos a subir las cosas y las bicis a casa donde, después de tres duros días, nos espera la anhelada ducha.
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Víctor
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