Caminito a Estambul
Después de tres días en el pequeño pueblo de Malko Tarnovo trabajando en la web y mirando como llovía nos pusimos en marcha en dirección a la fascinante y anhelada Turquía. Había niebla y hacía bastante frío que no sentimos porque fueron ocho kilómetros hacia arriba con desniveles de más del 10% en los que, a veces, tuvimos que empujar las bicis. Al final llegamos a la frontera donde una jauría de perros nos recibió ladrando y sin buenas intenciones si seguíamos montados en las bicis pero afortunadamente si íbamos andando, eran ellos los que nos temían. Adiós UE.
Al cruzar la frontera empieza una buena carretera asfaltada hacia arriba durante un rato hasta convertirse en una bajada a lo largo de más de diez kilómetros, hace bastante frío y al bajar sin mover las piernas es peor. No se puede tener todo: o subes y pasas calor o bajas y pasas frío. Después de esa bajada nos espera una montaña rusa en la que nos toca empujar las bicis más que montar y además con un viento helado de cara. No hay gasolineras ni donde esconderse para reponer fuerzas, comer algo y calentar agua para hacer té (el termo está vacío) o sea que lo hacemos a un lado de la carretera entre piedras y botellas rotas y, de repente, aparecen dos perros que nos tienen mucho miedo pero con tanta hambre que se acercan cada vez más en busca de algo de comida. No tenemos mucho y les damos pan que devoran como si fuera la mejor carne. Nos duele ver a cualquier animal hambriento y/o con miedo a las personas.
A pesar de todo el camino hasta Kirklareli, nuestro destino, era bonito: montañas, bosques y con pocos coches. Al pasar la ciudad empezamos a buscar donde acampar: un vistazo a Google maps nos enseñó un grupo de árboles que resultaron estar al lado del vertedero de basura que no aparecía en Google maps. Afortunadamente unos cuantos kilómetros adelante había un medio bosque – medio parque donde decidimos esperar al atardecer con un café (Sí, llevamos una cafetera) y montar la tienda ya en la oscuridad… pero antes de empezar nos dimos cuenta de que la rueda trasera de la bici de Kasia estaba pinchada. Adiós a contemplar el atardecer tranquilamente con una taza de café. Por la noche cuando lavaba los platos apareció otra pobre perra muerta de hambre y miedo que tuvo la suerte de recibir casi media barra de pan con mantequilla.
Nuestra primera noche en la „cálida” Turquía hizo bastante frío y amanecimos con hielo sobre nuestra tienda y el sol saliendo poco a poco e intentando calentar un poco hasta que lo consiguió. Hoy el camino no es bonito, hay muchos perros que nos atacan y, literalmente, intentan mordernos a nosotros o lo que pillen de la bici y tenemos que hacer el gesto de tirarles una piedra. También hay muchos coches. Todos pitan, unos para saludar, otros para pedir paso y algunos para avisar de que nos van a pasar a menos de un metro y a más de 100km/h.
A lo lejos vemos una fábrica que estropea aún más el paisaje y llegamos a nuestra primera ciudad turca. Al entrar en la ciudad pasamos por delante de un colegio donde decenas de niños nos dan la bienvenida con saludos y sonrisas y eso nos hace sonreír a nosotros y nos da más fuerzas que cualquier alimento, incluso el chocolate. Paramos a comprar pan recién hecho en un horno y nos tomamos nuestro primer té turco rodeados de miradas curiosas y de sonrisas.
Queremos acampar pasada la ciudad de Vize pero a menos de diez kilómetros la carretera está cortada por un policía de tráfico que no explica que pasa pero que en quince minutos se podrá pasar. Pasa ese tiempo y seguimos sin poder pasar pero llega una chica que después de hablar con el poli se dirige a nosotros en inglés, aunque nos dice lo mismo que el poli, le explicamos que a nosotros se nos acaba el tiempo (evitamos ir en bici de noche) y que solo necesitamos agua. Kasia y Arzu (nuestra nueva amiga y traductora) se van en busca de agua a una zona de picnic cercana pero no hay y se acercan a la única casa que se ve en los alrededores donde nos llenan las botellas de agua mineral y nos invitan a acampar en su terreno. Como aún es pronto declinamos la oferta pero felices por su hospitalidad seguimos a toda velocidad porque van a cortar la carretera otra vez y así es en menos de un kilómetro vemos un camión cisterna que se ha salido de la carretera y la máquina que intenta sacarlo bloquea toda la carretera pero entre Arzu y otro camionero que explican que tenemos prisa porque empieza a oscurecer nos dejan pasar los primeros entre pitidos de ánimo y saludos de los coches que retienen un rato más. Nuestros cuerpos han interpretado la larga espera como el fin de la jornada y no responden muy bien al reinicio así que acampamos en un bosque medio talado antes de llegar a Vize con apenas 40 kilómetros y el sol casi escondido en el horizonte.
El tercer día nos pegamos el madrugón porque tenemos más 150 kilómetros hasta Estambul y dos días porque hemos quedado con nuestro primer anfitrión de Couchsurfing. Tenemos buena carretera y vamos bastante rápido hasta Saray donde paramos a comer „kofte” y desde ahí desaparece el arcén, la carretera empieza a subir y bajar y se llena de agujeros hasta llegar al Mármara donde cogemos la D100. Un completo error. Parece que la mitad de los coches de Turquía pasan por allí y todos tienen demasiada prisa.
Después de preguntar en una gasolinera y en un par de sitios si podemos acampar, sin ningún lugar a la vista para dormir y con casi 90 kilómetros en las piernas nos metemos entre dos urbanizaciones cerradas de casas de verano y acampamos en un parque infantil escondidos detrás de una caseta donde están los contenedores de basura. Las pocas personas que viven todo el año en esas casas nos ven montando la tienda o cenando pero no se interesan en absoluto. ¿Dónde está la famosa hospitalidad turca? ¿Dónde está esa invitación a tomar té? Supongo que pasado Estambul…
Para el último día nos quedan 60 kilómetros por el infierno de la D100. Yo lo llevo bastante bien por mis años en moto por Alicante pero para Kasia es muy duro, ni siquiera ha dormido bien solo de pensar lo que le esperaba hasta Estambul. A los diez kilómetros llegamos a una estación de autobuses y después de negociar el precio de los billetes por gestos y escribiendo los números nos damos el lujo de entrar a Estambul cómodamente. Le preguntamos al ayudante del conductor por donde nos deja el autobús y como llegar a la estación del metro pero como no habla inglés le pregunta a un pasajero que habla un poco y nos ayuda pero para estar más seguro llama a una amiga que si que habla inglés. No sé como se llama él ni la amiga telefónica que habla inglés pero entre ellos deciden que nos va a acompañar hasta el centro y ni siquiera me deja pagar los billetes de metro. Las impresiones negativas de la noche anterior desaparecen y aparece un rayo de luz, que no será el único, en la mismísima ciudad de Estambul con más de 15 millones de habitantes. Me gusta pensar que en el fondo, todo el mundo es bueno y me encanta comprobarlo.
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Víctor
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