Alternativas para ver en el lago Inle
Estás en el lago Inle y ya lo has visto. ¿Y ahora qué? ¿No sabes qué hacer? Hay mucho más y más interesante que el lago en si; hay que profundizar un poco más en cada lugar para descubrir sus facetas ocultas.
Todo el mundo va hasta la impronunciable ciudad de Nyaungshwe para hacer una excursión en barco por el lago Inle y visitar los pueblos cercanos. Tanto es así que hoy en día es casi un circo. Todas las agencias te llevarán a los mismos lugares (Indein, Iwama, la pagoda Phaung Daw Oo, el monasterio Nga Phe Kyaung), a ver las diferentes etnias que habitan el lago (incluyendo a las “esclavizadas” mujeres jirafa) y a las tiendas de “artesanía” para que compres un montón de cosas que puedes encontrar en las tiendas de la ciudad impronunciable.
Después de pasarnos diez horas en un bote para llegar hasta aquí y siguiendo sabios consejos de otros viajeros, no participamos en el circo explotando a las minorías étnicas repartidas por el lago.
Paseo por los alrededores
Sal de lo que hace todo el mundo. ¿Alquilar una bicicleta o una scooter? ¿Ir a los mismos lugares que van todos? Lo único que vas a conseguir es contribuir a que se pierdan las pocas costumbres que les quedan. Cada día sus habitantes cambian las redes de pesca y las herramientas de labranza por cestas para recoger unos míseros dólares posando para el turista o dándoles un paseo en bote. Lo probamos pero no es para nosotros. Fue duro ver las caras de decepción al rechazar sus servicios.
Al día siguiente nos fuimos andando por los alrededores. En menos de diez minutos nos encontramos rodeados de arrozales y de mujeres trabajando en ellos que nos saludaban, sonreían y posaban encantadas entre risas tímidas.
Llegamos a un pequeño complejo de estupas con figuras de Buda en su interior y nos encontramos con unos niños que empezaron a preguntarnos todo lo que sabían en inglés (de dónde somos, edad, religión) hasta que vieron la cámara y empezaron a pedirnos fotos mientras posaban riéndose. Antes de volver a la “civilización” nos adentramos por las callecitas en busca de las viviendas de los locales y a cada paso nos encontramos con más sonrisas y saludos.
Justo enfrente de nuestro hotel hay dos monasterios. Al pasar por la entrada un monje se nos acercó y nos invitó a entrar y pasear por sus instalaciones. Vacías a esas horas (los monjes estaban mendigando comida y dinero por la ciudad) excepto por un pequeño grupo de niños que estaban lavándose y afeitándose las cabezas los unos a los otros. Por la noche, desde nuestra habitación, oíamos los rezos de los monjes. Compramos una pequeña botella de ron local, Coca-cola y un par de limones y nos relajamos escuchando las monótonas voces de cientos de monjes de todas las edades.
El mercado local
Si no eres nuevo aquí, sabrás que nos encantan los mercados locales. Son la mejor opción para observar a los habitantes. Ver sus productos. Cómo compran. Pegando gritos y regateando. También son la opción más barata para probar la gastronomía local. Sentarse a comer con ellos, en sus puestos es toda una experiencia. Además de la buena comida recibirás las sonrisas de todos los que te rodean.
En la zona del lago hay un mercado rotativo, cada cinco días tiene lugar en una de sus poblaciones. Nosotros tuvimos la suerte de estar en la ciudad impronunciable el día adecuado.
El día anterior ya habíamos estado paseando por los pasadizos del mercado y comido un plato de “shan noodles” en uno de sus puestos pero lo que nos encontramos al llegar el día del mercado cíclico no podía compararse. El ir y venir de gente de diferentes etnias comprando y vendiendo sólo puede describirse como un auténtico hormiguero humano.
Apenas podíamos entrar, ni caminar entre sus puestos ya que todos los pasillos estaban ocupados por agricultores y pescadores que vienen de otros pueblos a vender su género sobre un simple plástico extendido o grandes bandejas de bambú entrelazado.
Se puede encontrar de todo. Carnes y pescados (muchos de ellos aún boqueando), frutas y verduras frescas (o secas), aceite, legumbres, ropa y calzado, útiles de cocina, juguetes, velas e inciensos, puestos para picar algo, nuez de betel al peso… Y entre todo este “caos ordenado” decenas de gatos y perros tumbados o merodeando debajo de los puestos de pescado y carne con la esperanza de recibir los preciados restos.
No sé si te gustan los mercados pero te recomiendo que vayas al mercado de tu ciudad. Sentirás la vida cotidiana, el ruido, el movimiento continuo. Verás a cientos de personas vendiendo, comprando, probándose ropa, buscando, regateando. Verás el alma de tu ciudad. Aprenderás a apreciar esos mercados en países lejanos (o cercanos) llenos de diferentes razas y etnias, monjes budistas o monjas cristianas. Todos iguales porque todos van a lo mismo: a comprar lo que necesitan y a vender sus productos.
En mi opinión el lago Inle está muy publicitado y explotado turísticamente. El lago mismo no es nada del otro mundo pero los alrededores, las calles lejos del centro turístico y el mercado merecen la visita.
El rincón práctico
- Para comer bien y barato, huye de los restaurantes para turistas aunque allí se coma bien; un plato de noodles te costará más del doble que en un restaurante para locales (o cuatro o cinco veces más que en el mercado).
- Para tomar unas cervezas de barril o algo más fuerte como el Mandalay Rum encontrarás un gran bar con carteles de “Myanmar beer” en la misma calle principal que siempre está lleno de locales. También tienen comida barata.
- Hay cientos de alojamientos de todas las clases y precios. Algunos de los baratos pueden resultan caros viendo el nivel de limpieza y/o calidad. Te recomendamos no hospedarte en la misma calle principal porque la vida en la ciudad empieza temprano con el ir y venir de tractores, coches y motos. Nuestra elección fue Three Seasons Inn & SPA. A cinco minutos del centro. Las habitaciones son amplias y limpias. Hay patio y terraza donde sirven un abundante desayuno. El dueño y los jóvenes empleados son muy amables. Casi parecen una gran familia.
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Víctor
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