Kegen, donde nadie viene y si viene, no se queda
Nos ponemos a cubierto del viento helado y pregunto a Kasia: ¿Y ahora qué hacemos? Como respuesta obtengo la misma cara que, probablemente, también yo tengo en ese momento y que significa algo así como… no tengo ni p..a idea. Estamos en Kegen, donde nadie viene y si viene, no se queda. El cielo está completamente cubierto de nubes, hace menos de un hora llovía. Estamos a casi 2000 metros de altitud. Hace frío y el viento hace que la temperatura parezca más baja de lo que ya es. Apenas son las 10 de la mañana.
Salimos de Saty temprano con el grupo de turistas con los que fuimos al Lago Kaindy, nos acercaron hasta la intersección con la carretera principal en menos de una hora (dos días antes desde allí hasta Saty tardamos 5 horas en auto-stop). Durante el trayecto hablábamos de que tendríamos que esperar bastante a que los coches que salieran desde Almatý llegaran hasta esa intersección. Mientras descargábamos las mochilas y nos despedíamos se acercó (ignorando la Ley de Murphy) un coche, le hice señas, paró, un par de palabras y nos invitó a subir. Estuvimos cerca de igualar el récord de Armenia e Irán donde hubo veces que ni siquiera nos dió tiempo a dejar las mochilas en el suelo entre un auto-stop y otro pero, desde luego que batimos todos los récords de Kazajistán.
La idea era ir hasta Narynkol, la última ciudad antes de la frontera con China para ver de cerca las Tian Shan pero al ver el pequeño pueblo de Kegen en pleno ajetreo de su mercado dominical y las nubes que cubrían el cielo por completo, nos pusimos a buscar alojamiento. En pocos minutos estábamos instalados en nuestra habitación doble de 2500 KZT por persona (menos de 6 euros) en el exclusivo Hotel Kegen… digo exclusivo porque es el único alojamiento.
Kegen, donde nadie viene y si viene, no se queda
Sí, así es. Nadie viene a Kegen a quedarse, solo de paso. A partir de mayo abren el paso desde Kegen en Kazajistán hasta Karakol al este de Issyk-Kul en Kirguistán y si algún rezagado cruza la frontera tarde, quizás se quede en Kegen una noche para continuar su camino temprano al día siguiente. Nosotros nos quedamos, a pesar del desconcierto de medio pueblo, dos días.
Nos gustan esos lugares donde nadie se queda. Donde los pocos turistas que hay, están de paso. Es en esos lugares donde se puede interactuar con los locales ya que suelen estar interesados en por qué estamos allí, por qué no seguimos nuestro camino, por qué paseamos por las calles de su pueblo mirando todo y a todos. Nos pasó en Erenhot en la frontera entre China y Mongolia donde estuvimos tres o cuatro días. Nos pasó durante cuatro días en la tailandesa Trang, donde los turistas solo paran para cambiar de transporte para ir de la costa este a la oeste o al revés. Y nos pasó en otros muchos lugares que no me voy a poner a enumerar ahora, tendrás que buscar entre nuestros posts para descubrirlos.
Caminando por el mercado de Kegen nos recibían sonrisas, gestos de bienvenida y preguntas por nuestro origen. Los conductores de los taxis compartidos nos miraban extrañados cuando declinábamos sus servicios de transporte a Almatý y todos con los que entablábamos conversación, nos avisaban de que el paso a Kirguistán abriría dentro de una semana (el uno de mayo). Al entrar en un “restaurante” para comer, más de lo mismo: sonrisas, miradas curiosas, saludos, interrogatorios sobre nacionalidad, edad, qué hacemos allí, si nos gusta Kazajistán, si nos gusta Kegen… contestábamos a todo lo que podíamos con nuestro ruso o nos hacíamos entender con un inglés de “barrio sésamo” para que ellos pudieran entender las palabras clave.
Kegen y sus alrededores
Al salir de comer parecía que nos hubiéramos transportado a otro lugar. Ni una nube en el cielo donde el sol brillaba con fuerza. En pocos minutos íbamos en manga corta. Al final de la carretera principal se levantaba imponente y nevada la Cordillera Tian Shan que nos deja un buen rato embobados, con una sonrisa de oreja a oreja dibujada en la cara. Observando, trazando una ruta a través, soñando, imaginando como sería cruzar semejante obstáculo unos cuantos siglos atrás.
Cruzamos la carretera y recorremos las calles en busca de la salida del pueblo y más montañas. Es fácil ya que las calles de Kegen forman una cuadrícula perfecta. Cuando nos acercamos al “final” del pueblo se abre ante nosotros un extenso valle con un río que gira una y otra vez recorriendo casi toda la extensión. Vemos caballos, vacas, ovejas y burros pastando libremente. Un pastor todavía envuelto en el chubasquero que le protegía hace unas horas, nos saluda y nos da la bienvenida al pueblo.
Pasado el río se ve otro pueblo y un cementerio. Sigue siendo Kegen, el antiguo Kegen. Antes de que los soviéticos (o los chinos) construyeran la carretera principal y el mercado, las tiendas y los talleres mecánicos se trasladaran a esa ruta por donde hoy día pasan los camiones que sustituyeron a las caravanas de hace siglos.
Empezamos a andar esquivando las zonas inundadas en dirección al único puente que vemos. Acariciamos a los burros que son los únicos animales que están atados. Retroceden asustados, no están acostumbrados a las caricias pero una vez las prueban, inclinan la cabeza o la giran para indicar donde quieren ser rascados. Nos miran con pena cuando nos alejamos siguiendo nuestro camino al cementerio. Sí, al cementerio. Si eres visitante habitual de estas líneas, ya sabrás que somos un poco “frikis” con el tema de los cementerios. Nos gustan porque dicen mucho de las costumbres del lugar. Cómo son sus ritos funerarios. Si entierran o incineran. Si visitan las tumbas a menudo para limpiarlas, decorarlas, encender incienso o velas, flores, ofrendas…
El cementerio de Kegen es musulmán. Decoraciones de medias lunas, mausoleos con ventanas y puertas en forma de arcos, las lápidas están limpias, sin flores (no se ven árboles cerca), muchas de ellas tienen grabadas imágenes del ocupante; no se ve ninguna con fotografías. Pasado el cementerio y el viejo Kegen, un muro de colinas redondeadas por el viento y cubiertas de pasto se extiende hasta unirse con los altos picos de la cordillera que también hace de frontera.
Durante al regreso seguimos contemplando embelesados las colinas y los picos nevados de Tian Shan, preguntándonos por qué nadie se detiene en Kegen a disfrutar de este paisaje y de la vida tranquila del lugar. Al fin y al cabo si vienes a esta región es para apreciar la naturaleza. Estepas y valles que se extienden hasta los pies de las montañas en el lejano horizonte.
Al día siguiente
Por la noche empezó a llover y no paró hasta pasado el mediodía. Cuando las nubes por fin se retiraron para dejar al descubierto el paisaje, todo había cambiado. La nieve de los altos picos llegaba mucho más abajo y las colinas al fondo del “viejo” Kegen estaban cubiertas por un manto blanco que ocultaba por completo el pasto del día anterior. Volvimos a pasear por el pueblo donde la gente nos miraba más extrañados que el día anterior. Suponemos que todo el pueblo ya sabía que aún estábamos allí y que la central de taxis, que opera desde una gran sala a pocos metros de nuestra habitación y con la que compartimos baño, tenía algo que ver con la propagación de la noticia.
Al atardecer salimos de nuevo a pasear (tampoco hay mucho más que hacer). Nuestros pasos nos llevan hasta la carretera principal a la salida del pueblo, en dirección China. La última construcción es una gasolinera, más allá sólo está la carretera, que se desdibuja mucho antes de llegar al muro montañoso, y grupos de caballos y vacas pastando.
Conforme el sol desciende empieza el movimiento. Los pastores a caballo dirigen a los animales a sus refugios. Manadas de caballos, vacas remolonas y grandes rebaños de ovejas se dirigen hacia nosotros. Bueno más bien somos nosotros los que estamos en mitad de su camino. Nos rodean sin prestar la menor importancia obedeciendo a sus correspondientes guías de regreso a la “comodidad” de sus refugios contra el frío nocturno y, suponemos, contra los depredadores. Solo la visión y la cacofonía de cientos de animales con Tian Shan de telón de fondo hizo que mereciera la pena quedarse en Kegen, donde nadie viene y si viene, no se queda.
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Víctor
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