Ahora mismo en Bali
Somos animales de costumbres. Aunque hayamos elegido estar viajando y conocer otros lugares, costumbres, etc. Al final se imponen las rutinas. Pequeñas, pero rutinas. No llevábamos ni una semana en Bali y ya las teníamos. Pensarás que fueron impuestas por los animales a los que cuidamos y en parte estarás en lo cierto. Pero también nosotros mismos somos los que nos amoldamos y las aceptamos. Para ser sincero, con mucho gusto.
Nuestras pequeñas rutinas en Bali
La primera en despertarse siempre es Kasia. Lo hace con el tímido piar de varios tipos de pájaros que vienen al jardín. En pocos minutos esos tímidos piares se convierten en un concurso de canto. El sol ya entra a través de las cortinas. Son las siete. Con los primeros estiramientos para desperezarse despierta a Leo y Misza, los gatos que duermen apoyados en nuestras piernas que inmediatamente se acercan ronroneando en busca de caricias. Al momento las tranquilas respiraciones de Charlie, Maya y Sasza, los perros que duermen en sus camas rodeando la nuestra, se convierten en una especie de ladrido/aullido dando los buenos días y ruidos de uñas golpeando el suelo nerviosamente, apremiándonos a salir de la cama. Charlie empuja nuestras manos con el morro en busca de caricias. Maya, juguete en boca y celosa, le imita. Sasza es la última en acercarse suplicando atención. Sasza fue la que más tardó en aceptarnos, casi un día y medio le costó confiar en nosotros (Charlie y Maya lo hicieron al momento). Dejarse acariciar, no asustarse cuando pasábamos cerca de ella o al ponerle el collar para el paseo. Ahora me sigue en busca de caricias y se tumba boca arriba a la menor oportunidad.
Nos levantamos de la cama, repartimos caricias lo mejor que podemos a los cinco animales. Un rápido lavado de cara. Un trago de agua. Protector solar. Camiseta y gorra. Y nos vamos de paseo. Así, sin desayuno, sin preámbulos. No vemos a nadie en los cinco minutos de paseo por callecitas. Los perros tiran de las correas ansiosos hasta que llegamos a los arrozales. Fuera los collares de los perros y que empiece la fiesta. Aunque pasan unos minutos de las siete de la mañana, el sol ya calienta pero a los perros les da lo mismo. Corren, juegan, se bañan en los canales de riego de los campos de arroz. Paseamos entre un mar verde. Miremos donde miremos solo se ven campos inundados con arroz en diversas etapas de crecimiento. Algunos trabajadores madrugadores nos sonríen y saludan antes de volver a agacharse para seguir con sus tareas. Nos sentimos privilegiados de pasear por ese lugar sin turistas en la turística Bali.
Casi una hora después, al llegar a casa, los gatos reclaman a gritos su desayuno y los perros se tumban en el fresco suelo para un corto descanso. Corto porque al cabo de media hora, son ellos los que piden su desayuno. Entre el desayuno de los gatos y el de los perros, nos tomamos el nuestro.
Durante el día nos quedamos en casa. Quizás alguna rápida escapada a la tienda y poco más. Pero al caer la tarde tenemos otra rutina. Una cerveza fría y una bolsa de patatas tranquilamente en el jardín con los perros siguiéndonos como si fueran nuestras sombras.
Ahora estamos por la zona central de Bali, cerca de Ubud. Echamos de menos a los perros y los gatos… ¿nos echarán ellos de menos?
La semana que viene volveremos a nuestra rutina durante dos semanas mientras la mamá y dueña de los animales disfruta de sus vacaciones. Y nosotros de las nuestras. Mejores que las suyas porque las nuestras serán en compañía de cinco animales adorables, cariñosos y sociables.
¿Y tú? ¿Qué costumbres tienes? ¿Son impuestas o elegidas por ti?
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Víctor
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